En una conocida publicación en el ambiente académico, titulada “Identidad latinoamericana”, el sociólogo chileno Jorge Larraín aborda esta problemática que, desde el siglo XIX, tanta inquietud ha generado en órbitas que van desde la intelectualidad, la cultura y el arte, hasta la política y la ideología.
En su ensayo, intenta romper con algunos mitos simplificadores y totalitaristas, que veían al continente, o bien, desde un punto de vista eurocentrista, o bien, desde la perspectiva indigenista (reforzada en el siglo XX por el pensamiento marxista), de una relación de opresor-sometido, de despojo de una suerte de paraíso perdido.
Larraín postula que en realidad el mestizaje en Latinoamérica se dio sobre todo en un marco colaborativo para forjar una cultura nueva, con sus propias particularidades. En ese proceso sincrético, el indio o el mestizo aceptan el cristianismo católico como su religión, pero sin renunciar a elementos propios de su cultura y visión de mundo, creando una figura híbrida en la práxis religiosa del nuevo continente.
Para el sociólogo, son cuatro los períodos que marcan un remezón que propicia un cambio en la percepción de los latinoamericanos sobre sí mismos: el período de conquista y colonización, los procesos independentistas, la cuestión social en la fase entre guerras mundiales, y los quiebres en las institucionalidades desde los años ‘70.
No lo dice Larraín, pero es muy probable que, empujados por la revolución de las redes sociales, el empoderamiento ciudadano y la desconfianza en las instituciones en la era de la “post verdad”, estemos entrando en un nuevo proceso de redefinición identitaria. La cuestión es que, estando tan encima, es muy pronto para darnos cuenta. Habrá que esperar a que sociólogos e historiadores nos pongan la lupa en décadas venideras.
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