Opinión

De perdedores

Por: Diario Concepción 28 de Diciembre 2016
Fotografía: imagenPrincipal-92.jpg

Para el perdedor, el triunfo ajeno resulta ser odioso. Le irrita que sean otros los considerados marginales o desamparados ya que él es el único que, con arreglo a su hedonismo, resulta ser el humillado y expoliado. Por supuesto, el causante de sus tormentos siempre es "otro". 

Nunca es responsable de sus sufrimientos. El autor de sus tribulaciones es una autoridad ineficiente, un jefe indolente, un maligno colega, un profesor irracional, etc. Incluso sus alucinaciones pueden desembocar en imputarle tal incumbencia a maquinaciones de masones, curas, mapuches, o por extranjeros (pero no cualquiera, deben ser peruanos, bolivianos, colombianos o haitianos), y por supuesto no falta quien diga que todo es culpa de los comunistas. 

No faltan quienes, siguiendo los lineamientos más tradicionales, levanten la existencia de alguna conjura judía que lo haga infeliz o tal vez siendo algo más posmoderno, señale que los culpables son las voraces multinacionales o alguna pretérita dictadura (por muy repugnante que haya sido). 

Pero tal vez no haya que ir muy lejos para ver al responsable de nuestros fracasos. Basta con mirarse a uno mismo y descubrir que la hostilidad no está fuera, sino dentro de nosotros. Que el culpable de la humillación y de que la vida sea miserable no es el otro. Pero hay perdedores que incapaces de hacerse de la idea que el cambio parte desde dentro y no desde fuera, se limitan a vociferar que la culpa de todo es de los demás, y si mi vida vale poco por el fracaso en que está, la de los otros también debe ser un martirio. De allí la necesidad de aniquilarlo todo, de hacerse de un par de minutos de fama con la publicidad que da la violencia. Siguiendo a Sigmund Freud, "hay situaciones en las que el ser humano prefiere un final terrible a un terror –sea real o imaginario- sin fin". 

Ahora, si a estos perdedores los organizamos y le insuflamos algún dogma político o religioso, los resultados sectarios y violentos podrían ser fatales, ya que el fanatismo cavado por resentidas manos ha sido históricamente la más eficiente de las trincheras para la más repugnantes y egoístas intenciones, avaladas por más de algún ingenuo que busca asilarse tras alguna causa perdida. Es cierto que hay muchas batallas que vale la pena dar, incluso cuando se sabe que serán perdidas, pero vaya que hay que escogerlas bien, para no terminar revolcándonos de manera disparatada en su fango, creyendo en su lugar que la pelea la damos por un hermoso jardín. 

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