Humanidades

Mentira, desinformación y verdades a medias

Verdad y mentira son dos elementos característicamente en tensión. También las noticias falsas y la manipulación de la información afectan nuestras posibilidades de alcanzar la verdad. Cómo estos fenómenos se presentan y cómo la desinformación, principalmente a través de redes sociales, nos afectan como sociedad, son algunos de los aspectos que revisan estos cuatro especialistas.

Por: Diario Concepción 22 de Agosto 2021
Fotografía: Cedida.

Ximena Cortés Oñate
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En la sociedad actual el valor de la verdad pareciera, en ocasiones, caer en profunda crisis. Pero, más allá de entrar en tensión con la mentira como contraparte, surgen ciertos cruces y desvíos por donde la manipulación de la información encuentra en las redes sociales un aliado que es preciso tomar en cuenta y considerar a la hora de la construcción individual y social de nuestra realidad.

Tal como sostiene el sociólogo Manuel Antonio Baeza, la noción de “verdad” es compleja, pues tiene un alto rango de naturaleza filosófica, como un horizonte cognitivo –prácticamente inalcanzable- hacia el cual avanzar.

“La mentira tiene un propósito, no es jamás gratuita, es la obtención de un resultado cualquiera y que sería presuntamente favorable a quien la ejerza. Se traslada así la cuestión hacia el plano de la moral, puesto que es la razón la gran responsable de emitir un juicio”. Manuel Antonio Baeza

Para el Doctor en Sociología y profesor titular de la Universidad de Concepción, el motivo de esta especie de obstinación por la verdad es la búsqueda de seguridad ontológica; es decir, “de un equilibrio psíquico que nos permita continuar esta aventura, fascinante y peligrosa, que es la existencia”. Por ello, señala que la idea de “verdad” y el hecho de sentirse cerca de ella nos hace construir una “fortaleza anímica cuyos ladrillos son no solamente constataciones objetivas de lo real, sino también creencias de distinta índole, significaciones ya hechas que se interconectan voluntaria e involuntariamente”.

Por otra parte, respecto al carácter social o individual de la posesión presunta de la verdad, Baeza señala que, en sociedades de alta cohesión social, con modelos culturales hegemónicos, las probabilidades de instalación -con mayor o menor grado de violencia- de “verdades oficiales”, son aparentemente más grandes. Además de la “Verdad” –con mayúscula- sostenida de manera trascendental por un elemento superior de origen sagrado o profano, está el caso de regímenes políticos totalitarios cuyo sistema de “verdades” se impone con represión y censura. Corea del Norte y Afganistán son hoy algunos de los ejemplos más extremos de esto último.

En nuestra Modernidad, dice Baeza, en muchos países occidentales, los procesos de individualización fueron relativizando esas “verdades sociales”. Para el especialista en imaginarios sociales, ello hizo que cada persona pareciera disponer de una ínfima fracción de una `verdad´. Por ello, señala, esta libertad individual para configurar su propia verdad tiene como contraparte un grado importante de debilitamiento de la cohesión social.
Ahora, la relación entre verdad y mentira es también compleja. Mientras a la primera se la pinta desnuda, como en la leyenda en la cual la mentira se apropia de la ropa de aquélla, la mentira aparece como seudo triunfadora, mediante un violentamiento de la verdad.

Para mentir, dice la filósofa Claudia Muñoz, tienes que conocer la verdad que quieres ocultar. “Cuando mientes, de alguna manera te sometes a la verdad, la consideras. Habría que aclarar que la mentira es un acto lingüístico, de manera que se distingue del engaño, que es un concepto más general. La mentira es un engaño que se hace a través del lenguaje”, señala la académica del departamento de Filosofía de la Universidad de Concepción.

A su juicio, nuestra relación con la mentira es bastante ambigua, lo que nos dice mucho sobre nuestra relación con la verdad. “La verdad es importante, porque necesitamos hacernos una idea adecuada del mundo y de nosotros mismos para tomar buenas decisiones o actuar racionalmente. Y, dado que buena parte de la información que recibimos proviene de las demás personas, rechazamos la mentira, valoramos la honestidad, y necesitamos ser capaces de discernir qué personas son confiables y cuáles no lo son. Esta capacidad forma parte de la inteligencia social humana, se desarrolla desde la infancia a través de la relación con quienes nos crían y es también la base de la autoconfianza”, sostiene la Doctora en Lingüística.

“Cuando mientes, de alguna manera te sometes a la verdad, la consideras. Habría que aclarar que la mentira es un acto lingüístico, de manera que se distingue del engaño, que es un concepto más general. La mentira es un engaño que se hace a través del lenguaje”. Claudia Muñoz

Sin embargo, y aquí se ve la ambigüedad, no solo toleramos la mentira, sino que la cantidad de mentiras que decimos cotidianamente es enorme. “La gente miente, lo hace y lo ha hecho siempre. A veces, incluso, lo que corresponde es mentir, por ejemplo, para guardar un secreto, evitar que alguien sufra o proteger la propia vida o la de otros. Bernard Williams dice que hay personas que no merecen la verdad”, sostiene Muñoz.

Para Baeza, esa es una pugna trágica de poder: “la mentira tiene un propósito, no es jamás gratuita, es la obtención de un resultado cualquiera y que sería presuntamente favorable a quien la ejerza. Me parece que se traslada así la cuestión hacia el plano de la moral, siguiendo en esto a Kant, puesto que es la razón la gran responsable de emitir un juicio. La diferenciación necesaria entre la verdad -aún considerando su carácter difuso- y la mentira -aún considerando su ocultamiento de intenciones- se establece en un plano más elevado de la condición humana: aquél de la moral”.

Desinformación en línea

Hasta ahí, dos conceptos opuestos que parecen en constante tensión. No obstante, en nuestra sociedad lo que más solemos encontrar es una verdad a medias, generalmente como manipulación de la información para obtener ciertos resultados específicos.

La proliferación de las redes sociales, junto con ofrecer grandes ventajas y beneficios, también ha revelado una amenaza significativa para la sociedad y las personas con la llamada desinformación en línea.

La abogada Ximena Sepúlveda destaca el inmenso poder de la información en la toma de decisiones de la comunidad. “Si uno mira hacia atrás en los últimos 100 años, podríamos citar muchos ejemplos en los que la información, o desinformación, contribuyó a la creación de una percepción respecto de determinados fenómenos. Entre los expertos se discute sobre lo que constituye el poder duro o poder blando, pero quizás hemos llegado a un punto en nuestras sociedades donde podemos comenzar a hablar sobre el poder real, que sería la capacidad de controlar una narrativa, sin importar el contexto en el que uno está operando. El poder real es el poder de manejar la información”.

En este contexto adquiere importancia la aparición y difusión de informaciones falsas (o no completamente verdaderas), que buscan manipular la opinión de las personas.

“El desafío que se abre consiste en regular de manera sistémica, desde una perspectiva jurídicoética, el uso de las tecnologías, esbozando los fines, valores y principios que las encauzarán y regularán”. Ximena Sepúlveda

Master of Laws, especializada en Derecho y Tecnologías, Sepúlveda explica que se pasó conceptualmente de “fake news” a “desinformación en línea”, porque el primer término carece de un contenido claro y se ha usado sobre todo en el marco político para hacer referencia indistintamente a noticias falsas, fabricadas o, incluso, a aquellas con las cuales simplemente no se está de acuerdo, lo que abre el concepto a una subjetividad que le hace perder límites claros.

“Por otra parte, desinformación en línea es un concepto más genérico y objetivo, que apunta no solo a noticias no verdaderas, sino que también al uso de otros métodos de desinformación, como someter a los individuos únicamente al acceso de información parcial (burbuja informativa), noticias fabricadas especialmente considerando sus preferencias, temores o necesidades, deep fake news, uso de perfiles digitales maliciosos, uso de cuentas automatizadas de comportamientos no humanos, uso de algoritmos, cámaras de resonancia y redes de confianza, uso de anuncios pagados, entre otros métodos”, explica.

La Comisión Europea de la UE, de hecho, adopta el término desinformación en línea y lo define como “información verificablemente falsa o engañosa que se crea, presenta y divulga con fines lucrativos o para engañar deliberadamente a la población, y que puede causar un perjuicio público”.

Sobre el fenómeno de la post verdad y la proliferación de las noticias falsas y el peligro que conlleva para la democracia y la convivencia social, Muñoz aclara que no todas ellas son mentiras. “Si mientes, quiere decir que lo que dices a tu destinatario es falso y crees que es falso, y además se lo dices con la intención de engañarlo. Pero las personas que comparten noticias falsas por las redes sociales no pretenden necesariamente engañar a alguien y es probable que no les interese saber si esa información es falsa o no”.

En filosofía, señala, es interesante lo que este fenómeno revela acerca de nuestra relación con la verdad; “nos muestra, en efecto, que la verdad cada vez importa menos, y esta indiferencia es peor que la instalación de mentiras, porque podría significar que ya no hay retorno”.

La filósofa explica que “si ya no nos importa la verdad, entonces, una vez instalada una falsedad, ninguna prueba o hecho que la contrarreste hará cambiar las convicciones que la gente se ha formado. Aquí hay un desafío para las humanidades, porque a este fenómeno estamos expuestas todas las personas, y la formación de personas críticas exige contar con formadores que sean también personas críticas”.

Con ella concuerda la Doctora en Periodismo y Comunicación de Masas, Magdalena Saldaña, para quien la mentira tiene éxito cuando toca puntos sensibles de las personas, como son los valores y las creencias previas.

“Si yo, por ejemplo, tengo una mala opinión de un político, voy a ser más proclive a creer información negativa de él, sin verificar si es real o no. Asimismo, si un mensaje ataca a un político a quien admiro o apoyo, lo más probable es que tenderé a rechazar ese mensaje e incluso a buscar información que lo desmienta. Este fenómeno se denomina `sesgo de confirmación´ y apunta a que las personas son menos críticas con la información que confirma sus creencias, mientras que rechazan los mensajes que desafían dichas creencias”, señala la académica de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica e investigadora del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos.

“Quienes se aferran con más fuerza a sus valores tienden a pasar por alto información verificable y encuentran explicaciones alternativas para justificar sus opiniones y pensamientos”. Magdalena Saldaña

Al respecto, Baeza complementa: “hay algo que caracteriza a nuestras sociedades contemporáneas occidentales: la deslegitimación de muchas instituciones sociales. Desconfianzas y descontentos sociales son sus resultados. Probablemente, la sociedad del siglo XXI está recién naciendo de esta multicrisis. A partir de ese estado de fragilización de lo existente podemos entender la expansión de los `fake news´ y también las teorías absurdas que hoy circulan”.

A su juicio, con el crecimiento exponencial de redes sociales, especialmente, la mentira parece habernos instalado en un mundo delirante, sin capacidad de filtrar miles y miles de mensajes de origen indescifrable.

Sesgo de confirmación

De tal manera, pareciera que ciertos sectores de la sociedad se vuelven refractarios a la verdad, sin ser capaces de considerar las refutaciones de la mentira. Para Muñoz, una primera razón de esto podría ser el hecho de que respetar la verdad es algo exigente, porque implica negarse a aceptar de buenas a primeras todo lo que nos dicen. “Privilegiar la verdad puede ser, incluso, peligroso, así que se necesita coraje para hacerlo”, sostiene.

Otra razón podría ser el mencionado “sesgo de confirmación”, que explicaría que ciertas personas se resistan a creer información que es real y/o científicamente comprobada. “Quienes se aferran con más fuerza a sus valores (por ejemplo, personas fuertemente ideologizadas, o personas intolerantes a opiniones divergentes) tienden a pasar por alto información verificable y encuentran explicaciones alternativas para justificar sus opiniones y pensamientos”, señala Saldaña.

Muñoz coincide con ello y lamenta que esta tendencia humana a buscar y dar mayor crédito a informaciones que respaldan las propias creencias, limite “nuestras posibilidades de alcanzar la objetividad y la imparcialidad, el respeto hacia las otras personas y hacia nosotras mismas, además de reducir nuestra disposición a confiar (tendemos a confiar en las personas que nos dicen lo que queremos escuchar)”.

Para Baeza, la indistinción entre verdad relativa y mentira categórica es muy difícil de lograr. Ciertos sectores sociales se aferran a lo que creen ser su “verdad” y desde allí piensan, dicen, actúan y juzgan. “Es tarea del conjunto de la sociedad el conseguir un retorno al diálogo, no solamente con la participación de quienes piensan igual, sino con quienes piensan diametralmente distinto. En definitiva, aprendiendo que todos y todas podemos contribuir con nuestra parte ínfima de verdad a la construcción de lo que no será más que una verdad plausible, que nos permita seguir viviendo juntos”, señala.

En general, sostiene Saldaña, las temáticas que polarizan a la sociedad y la dividen en bandos, tienden a generar más información falsa que las no polarizantes. “Esta información circula principalmente en redes sociales y es muy difícil de desmentir, ya que el desmentido tiende a viajar más lento (y tener menos alcance) que la información falsa. La literatura indica que mientras más emocional sea la información falsa, más probabilidades tiene de compartirse y alcanzar audiencias más amplias”.

Pérdida de confianzas

Pero hoy, cuando es más fácil verificarlo todo, ¿cómo es posible que la mentira prospere tanto en la construcción de ciertos mensajes?
Sepúlveda menciona factores como los cambios sustantivos que hemos enfrentado como sociedad a causa de la globalización, la automatización y el aumento del uso de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana, lo que propicia el surgimiento de fenómenos como el populismo y la demagogia que, en su base, se sirven de herramientas como la desinformación en línea. “Las características del mundo digital permiten amplificar el efecto que las mentiras pueden tener en la opinión pública”, dice.

También se refiere a la “desregulación de las acciones de desinformación y de manipulación de opinión pública. En general, en las democracias liberales se consagran como garantías fundamentales la libertad de expresión y de opinión, cuya protección serviría de barrera al combate de este tipo de males”.

Al respecto, Muñoz señala que hoy se valora más la posibilidad de expresar libremente lo que pensamos, que la verdad de lo que decimos. “Recomendaría leer On Bullshit, un ensayo en el que Harry Frankfurt advierte sobre la importancia que ha adquirido en nuestros tiempos la sinceridad. En una época marcada por el escepticismo, que niega que sea posible alcanzar verdades objetivas, las personas -dice- se han refugiado en la fidelidad a sí mismas, porque creen que es dentro de ellas donde pueden alcanzar más fácilmente la verdad. Pero también advierte que ser fiel a uno mismo es más difícil de alcanzar que la verdad sobre los hechos, entre otras razones, porque hay grandes obstáculos, entre ellos el autoengaño y la ambivalencia”, dice Muñoz.

Por otra parte, la dificultad para establecer una atribución directa al creador de un contenido que busca desinformar, es otro aspecto que alienta acciones como la desinformación en línea.

“La comunicación utilizada como arma de manipulación no es ninguna novedad. Existen referencias a la utilización de campañas de desinformación en contextos bélicos desde hace más de 2.500 años. Los riesgos son complejos y multidimensionales ya que puede producir una pluralidad de efectos negativos en la sociedad y las personas. Básicamente, dicen relación con la erosión del Estado de Derecho y de los valores democráticos que deben ser una garantía en la sociedad”, señala Sepúlveda.

Ello puede traer aparejada la pérdida de confianza en varios ámbitos de la vida moderna. “El desafío que se abre consiste en regular de manera sistémica, desde una perspectiva jurídico-ética, el uso de las tecnologías, esbozando los fines, valores y principios que las encauzarán y regularán. Lo que parece en principio una cuestión inabordable podría comenzar con fijar constitucionalmente como derechos fundamentales a los Derechos Digitales, dentro de los cuales deberán consagrarse no solo la privacidad o la protección de los datos personales, sino que principios tales como la autonomía o libertad mental, no discriminación u opacidad en el uso de tecnologías, por solo citar algunos”, concluye la abogada.

Libros recomendados

On Bullshit: Sobre la Manipulación de la Verdad, Harry G. Frankfurt. Paidos, 2006.

Antropología de la mentira, Miguel Catalán. Taller de Mario Muchnik, 2005.

Mentiras y engaños. Una investigación filosófica, Tobies Grimaltos y Sergi Rosell. Cátedra, 2021.

Mundo real, mundo imaginario social, Manuel Antonio Baeza. RIL Editores, 2008.

Enigmas del presente, Manuel Antonio Baeza. RIL Editores,2020.

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