Editorial

La elocuente cuestión de piel

No somos agradecidos, basta con que tengamos una cosa segura y a partir de allí le perdemos el aprecio y el respeto, lo damos por hecho, mala cosa, siempre hay amargas consecuencias de ese desprecio ingrato que nos hace olvidar y, en consecuencia, descuidar un bien precioso, la piel, por ejemplo, de entre muchos, que merecen mejor destino.

Por: Diario Concepción 15 de Marzo 2017

No somos agradecidos, basta con que tengamos una cosa segura y a partir de allí le perdemos el aprecio y el respeto, lo damos por hecho, mala cosa, siempre hay amargas consecuencias de ese desprecio ingrato que nos hace olvidar y, en consecuencia, descuidar un bien precioso, la piel, por ejemplo, de entre muchos, que merecen mejor destino.

Lo peor es que no aprendemos, todos hemos sabido, por experiencia propia o ajena, que las cosas esas, las que están ahí, aparentemente porque sí , de repente dejan de estar y eso tiene consecuencias severas, lamentables, dolorosas o fatales. Sin embargo, no cambiamos. No sabemos la importancia de la salud –repetimos por boca de ganso- hasta que la perdemos. Y, a continuación, como si tuviéramos el cerebro en estado de hibernación, volvemos a olvidar la trascendente y perpetua obligación de cuidarnos tan pronto recuperamos la salud, provisto que ésta se haya perdido sólo transitoriamente.

El escritor, poeta y cáustico Paul Valery, en una frase de aguda precisión concluye: "no hay nada más profundo que la piel", porque a la hora de entender que se involucra con ella, a las primeras reflexiones aparece su importancia para la vida afectiva, social y sexual, la necesidad de tocarnos, el requisito para la caricia y lo tremendo que resulta castigarla. Podemos agregar sus códigos de comunicación, el rubor, la palidez, la transpiración, el erizamiento de los vellos. Se da cuenta uno que la piel es de una importancia hondísima y por olvidar que esta allí olvidamos la diversidad de funciones que cumple para nosotros.

Puede ser el sol agresivo, la falta de atención, pero si no estamos atentos, no nos damos cuenta que, en no pocas circunstancias, nos jugamos el pellejo.

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