Entre Penco y Tomé una familia posee un predio con uno de los relictos de queule y otras especies nativas amenazadas que decidieron conservar, porque crecieron con estas, las conocen y quieren cuidar. Ha sido también la tarea de un proyecto que llegó a apoyarlos hace años y de toda la nación dueña del patrimonio natural.
Victoria Inzunza y Héctor Escalona tienen un matrimonio de 48 años, cuatro hijos, siete nietos y un tesoro natural dentro del Gran Concepción, en el límite comunal de Penco y Tomé: un predio que entre alturas y quebradas, cruzado por un arroyo, alberga cerca de 5 hectáreas de bosque nativo chileno con un bosquete del emblemático y vulnerable queule.
Son más de 150 individuos del árbol endémico, muchos de más de dos siglos los que viven en el sitio llamado “San José”, que poseen hace 18 años y está en un área donde ambos crecieron y han formado su familia, entre más de 60 especies de flora nativa de distinto orden, incluyendo otras varias en peligro de extinción como pitao o avellano y decenas de plantas medicinales que conforman un ecosistema donde crecen y habitan otros representantes de la biodiversidad chilena como hongos, insectos, aves, reptiles, anfibios y mamíferos.
Una reserva biológica de invaluable riqueza. “El queule es un árbol único en el mundo: existe sólo en Chile y en Chile sólo en un área súper restringida que va desde la costa del Maule a la de la provincia de Arauco en la Región del Biobío. Y el de este predio es un relicto donde los queules están muy bien conservados, igual que el bosque nativo”, resalta Pablo Azúa, extensionista para el queule de la Iniciativa Conservación de Especies Amenazadas que es ejecutada en Chile por el Ministerio del Medio Ambiente (MMA), implementada por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y financiada por el Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF), y que hace años llegó a “San José” para establecer un piloto que materializa su misión de conservar al árbol y apoyar a la familia en su esfuerzo voluntario con ese fin.
El queule (Gomortega keule), árbol tan milenario que se considera fósil viviente, único representante de su especie y Monumento Natural desde 1995, hoy está en severo peligro de extinción luego de que amenazas como tala, plantaciones forestales, invasiones biológicas, incendios y fragmentación o pérdida de bosque nativo les diezmaran a este y a otras muchas especies singulares como las que se pueden encontrar en el recinto privado, lo que le hace tan valioso para la Iniciativa Iniciativa MMA/FAO/GEF, para la Región del Biobío y el país. No juega a favor en su recuperación y preservación que su viverización natural sea compleja y escasa.
Antaño el árbol pobló densamente la Cordillera de la Costa y su fruto de sabor único se ofrecía en abundancia, siendo parte del patrimonio natural, alimentario y cultural de comunidades como Penco y Tomé. Bajo esa realidad Victoria Inzunza y Héctor Escalona crecieron, ella todavía preparara mermeladas de queule con los frutos que recolectan en su predio rodeado por plantaciones forestales a los que ha logrado resistir gracias a las manos, la pala y el esfuerzo familiar para resguardar al bosque nativo con el recelo de lo que se sabe propio y la apertura de lo que es de todos; su predio como patrimonio familiar y la naturaleza como patrimonio nacional.
Y es que la Iniciativa MMA/FAO/GEF ha materializado su labor en “San José” como piloto contribuyendo con la familia para tenga mejores herramientas para continuar su labor desde una mirada de ecoturismo y educación ambiental, apoyando en la construcción de un sendero de más de 2 kilómetros para dicho fin junto con talleres como de uso de fruto del queule, por ejemplo, con la idea de que haya ingreso de recursos para la familia que puedan destinar en la propia preservación del lugar e impregnar a otros con los saberes de la naturaleza. Y a futuro pueden surgir otras actividades e instancias con dicho objetivo, pero por lo pronto las visitas de personas interesadas en conocer el sendero, queule y bosque nativo se pueden concretar previa coordinación y reserva, posible de canalizar vía el municipio de Tomé.
“Se cuida lo que se quiere y se quiere lo que conoce”, afirma como lema el matrimonio siempre que tiene la oportunidad con sus visitantes, para explicar el origen y esfuerzo en la misión y la razón de aceptar abrir su privacidad. “Mostrar a la sociedad genera una cadena positiva que hace que la gente pueda conocer a los queules, si los conoce puede quererlos y si los quiere los puede cuidar”, confirma Pablo Azúa.
En 2017 inició la ejecución de la Iniciativa MMA/FAO/GEF en Chile, con el foco puesto en cuatro especies nativas únicas que viven la dramática situación de estar en extremo riesgo de desaparecer por padecer diversas amenazas a su conservación, todas vinculadas a una mala gestión de la acción humana e inconsciencia: el picaflor de Arica al norte y zorro de Darwin, huemul y queule en el sur.
Fabiola Lara, coordinadora del proyecto para la zona Macrosur, que abarca del Maule a la Araucanía, cuenta que este cerrará en los próximos meses y que para favorecer la preservación de la flora y fauna endémica se han focalizado en generar distintas acciones para promover buenas prácticas turísticas o de producción (agrícola, ganadera o avícola) y educación ambiental, poniendo en valor e impulsando la sinergia entre desarrollo socioeconómico de las comunidades con el cuidado de la biodiversidad del territorio. Es que, resalta, no se puede desconocer ni omitir la necesidad de habitar en el territorio ni de que las personas y comunidades subsistan ni tampoco de depender de la naturaleza con sus paisajes, ecosistemas y recursos para ello, si bien ciertas formas de actividades de desarrollo y productivas han llevado a la biodiversidad al límite.
Para entregar herramientas y cambiar los paradigmas es que la iniciativa ha establecido trabajo con distintas líneas en varios predios piloto en la zona Macrosur y en particular en la Región del Biobío para las tres especies y bajo las distintas miradas, como lo que se ha hecho en “San José” y donde los resultados “permiten visibilizar la compatibilización de la conservación del queule con la actividad productiva y la educación ambiental”, asegura Lara.
De hecho, por lo exitoso del proyecto MMA/FAO/GEF en “San José”, se eligió para realizar la actividad que ha dado el cierre público del trabajo con el queule y aprovechar de mostrar la experiencia a la sociedad local, poniendo al centro la vivencia familiar, demostrando que es posible contribuir a avanzar en materia de conservación de biodiversidad y favorecer al desarrollo familiar o local, como también lo que necesita, desvelándose los retos pendientes.
Al respecto y con la iniciativa en retirada, Fabiola Lara manifiesta que ahora se están esforzando por lograr “la institucionalización de los predios piloto, buscando con las nuevas autoridades de qué forma pudieran apoyar con financiamiento o asesorías técnicas a los propietarios”. Además, por lo visto y aprendido cree que “como país debemos seguir trabajando en la conservación de biodiversidad en zonas de paisajes productivos donde quedan relictos de bosque nativo, con la mirada de paisaje productivo”.
Y Victoria Insunza plantea que su bosque “siempre lo hemos cuidado y vamos a seguir cuidándolo hasta que podamos, porque es un legado que le queremos dejar a nuestros hijos y nietos, independiente venga alguien o tengamos apoyo gubernamental, pero siempre se agradece la ayuda”, pudiendo ser este caso un ejemplo de muchos otros silenciosos, desconocidos.
No obstante, por la propia experiencia, sabe ella y el equipo que ha trabajado en el predio piloto que mantener las óptimas condiciones del lugar y del bosque nativo no es tarea fácil ni gratis, requiere dedicación e inversión. Por ende, apoyo.
En ello puso el acento el seremi de MMA del Biobío Oscar Reicher, quien conoció el predio, la experiencia familiar y el trabajo desarrollado, sobre lo que manifiesta que por todo lo que implica es crucial que en el país se den las condiciones para que “conservar no sea una obra de caridad”. “Se nos presenta un desafío como Estado de que este no se quede en un proyecto piloto y poder prolongar, a través de la intervención estatal, que el espacio pueda seguir para próximos años y generaciones”, plantea para este caso particular, pero también se detiene en ello como base del contexto general, donde el gran desafío es comprender y valorar a la biodiversidad nativa como un patrimonio de la nación, por lo que cuidarla no debe ni puede depender de la voluntad, interés y esfuerzo sólo de unos cuantos y se requiere de la acción de toda la sociedad. Es ahí donde un pilar es la educación ambiental, para que la comunidad conozca a la naturaleza que le rodea, la quiera y la cuide; otro está en los incentivos y recursos públicos o externos que impulsen, fortalezcan y contribuyan a mantener las distintas iniciativas para esas sean sustentables y sostenibles. Tal como la Iniciativa de Conservación de Especies Amenazadas ha buscado hacer y promover durante sus años de desarrollo.