Carta al director

Te Deum Evangélico y la Presidenta

Por: Diario Concepción 14 de Septiembre 2017

La ceremonia en la Catedral Evangélica ofrece una variedad de pulsaciones humanas que son representativas del complejo escenario de convivencia que vive el Chile de hoy. Si bien el mundo evangélico es minoritario en el país, ha obtenido logros asombrosos  de visibilidad en un tiempo breve gracias  a decisiones políticas consensuadas en un caso y discrecionales en otro. Tal es el caso del feriado legal del 31 de octubre (Bachelet) y asimismo,  el Te Deum (Pinochet) de Fiestas Patrias, previo al rito homógrafo católico.

Por cierto que era una ceremonia importante de ver puesto que allí estarían las más altas autoridades de los poderes del Estado. Había, a no dudar, expectación por oír qué decía el mundo evangélico sobre la marcha del país. Y lo hizo. A pesar  de la mesura del maestro de ceremonia,  que llevó un hilo conductor coherente y respetuoso, los discursos excedieron las normas de convivencia política; es más, contradijeron la misma doctrina que se supone se defiende. Más aún, se desperdicia una oportunidad única para llamar a la reflexión en pos de la unidad y el encuentro y sin renunciar a los propios principios.

Pero algo no funcionó del todo bien; y no me refiero a esa manera grandilocuente e hiperbólica de hablar que tiene el mundo evangélico que todos conocemos. Aparte de la falta de rigor intelectual e histórico de los discursos, apunto a que no estuvo presente esa finura propia de la esencia del cristianismo que es tratar al otro con caridad, con diligencia en el sentido original del término, es decir, con amor y que se refleja en un estilo y en un tono que llega no sólo al corazón de quien escucha, sino a su inteligencia y su espíritu. Eso provoca en el otro un calor de aceptación de la verdad que se quiere comunicar, aunque no se comparta.

Pero, se prefirió la descalificación y la diatriba; peor aún, se diluyó el fondo de lo que se quería hacer presente relativo a los temas valóricos. Es del alma del cristianismo que profesamos casi todos los chilenos, que no se ofende al prójimo y eso tiene una connotación especial si se hace a una autoridad como es la Presidenta de la República, puesto que nos representa a todos, a pesar de las diferencias. Es parte además de una tradición irrestricta, el respeto por la institución de la presidencia.

A no confundirse,  en situaciones donde prima el bien particular por sobre el bien común, nadie gana, perdemos todos. Y es doloroso constatar finalmente que en vez de un hacer un bien al prójimo se provoca un agravio que desconcierta.

 

Salvador Lanas Hidalgo

Director académico Escuela de Liderazgo

Universidad San Sebastián

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