Hemos aprendido a medir la relevancia de los proyectos culturales y deportivos no sólo por su capacidad de entretener, sino por su impacto económico, social y simbólico. Frente a dos destinos de recursos públicos —eventos automovilísticos como el Rally Mobil y la construcción de un Museo Regional de la Memoria— es legítimo preguntarse qué tipo de legado queremos dejar como región.
Los montos en discusión no son menores. Programas regionales para traer competencias de rally han involucrado cifras cercanas a los $9.000 millones invertidos desde el gobierno regional para 2025 y 2026, destinados principalmente a pago de derechos federativos, licencias, logística y difusión. Por otro lado, la construcción del Museo Regional de la Memoria se ha estimado entre $5.000 y $7.000 millones, con compromisos estatales para cubrir su edificación y operación. Se trata, de inversiones comparables en escala, pero muy distintas en sus efectos a largo plazo.
Un rally genera un impacto económico intenso pero acotado: hoteles llenos, restaurantes activos y presencia mediática durante algunos días. Sin embargo, para mantener ese efecto se debe repetir la inversión año tras año. Un museo, en cambio, es una infraestructura permanente que genera empleos directos en su construcción y luego, puestos de trabajo estables en gestión, conservación y educación. Además, dinamiza el entorno: cafeterías, guías, servicios turísticos y comercio cultural se benefician de un flujo sostenido de visitantes.
Los ejemplos internacionales son ilustrativos. El Guggenheim de Bilbao transformó la economía local al convertirse en un imán turístico que multiplicó la inversión inicial en empleos y actividad económica. Algo similar podría ocurrir en el Biobío si el museo se diseña y gestiona con visión: integrando circuitos turísticos, alianzas académicas y una programación viva que atraiga a residentes y visitantes todo el año.
Además de su impacto económico, un museo de la memoria tiene un valor social incalculable: permite reparar de manera simbólica, educar a nuevas generaciones y fortalecer la identidad colectiva. Invertir en memoria no es un gasto suntuario, es apostar por una economía cultural robusta y por una sociedad que reconoce y preserva su historia.
Por eso resulta especialmente contradictorio que, mientras se destinan miles de millones a eventos efímeros, espacios culturales históricos como Artistas del Acero enfrenten el cierre por falta de recursos, dejando sin trabajo a decenas de personas y truncando una labor formativa y creativa que ha sostenido a generaciones de artistas locales. Al mismo tiempo, hospitales proyectados para la región siguen sin financiamiento suficiente, postergando necesidades urgentes en salud pública. Si la discusión es que la salud es más prioritaria que cultura, que podría ser un argumento razonable, en esa misma lógica, ¿El rally es más prioritario que el museo de la memoria o que artistas del acero?
Priorizar no significa despreciar. El rally puede seguir existiendo, idealmente con mayor inversión privada. Pero si la pregunta es dónde una inversión pública única puede generar empleo duradero, turismo estable y cohesión social —y además responder a deudas históricas en cultura y bienestar—, la respuesta se inclina claramente hacia la infraestructura pública y hacia el fortalecimiento del ecosistema cultural que hoy, más que nunca, necesita apoyo para sobrevivir.
Yhony Camus Salgado
Director de cultura arte y patrimonio