
Sindy Salazar Pincheira
Abogada Colectiva Justicia en Derechos Humanos
En el mundo están ocurriendo simultáneamente tantos eventos relevantes que es inevitable sentirnos en constante alerta. La matanza sistemática del pueblo palestino devela la crueldad de un poder sin límites, que muestra un desprecio frontal por la humanidad. Incluso quienes relativizaban la masacre, hoy guardan un silencio incómodo, sabiéndose cómplices de un genocidio transmitido en tiempo real. Pero mientras observamos con espanto esa barbarie, se suman nuevos horrores: desde Estados Unidos, Donald Trump ordena un ataque militar contra Irán, presentado como un “mensaje de paz” ante la eventualidad de que ese país adquiera armas nucleares.
La contradicción es evidente. Expertos como Robert Einhorn —encargado de las negociaciones con Irán durante Obama— han advertido que “los riesgos de que Irán adquiera un pequeño arsenal nuclear son ahora mayores de lo que eran antes de estos acontecimientos”. Resulta desolador constatar que la humanidad deja poco espacio a la memoria que permita evitar la repetición de catástrofes. Contamos con una institucionalidad internacional debilitada, presa de las limitaciones del Consejo de Seguridad de la ONU, y con países “intocables” que no rinden cuentas a nadie mientras permiten genocidios y ponen en riesgo la paz mundial.
La humanidad está en peligro cuando no existe diálogo y cuando las acciones no se ajustan a los márgenes del derecho internacional, cuyo desarrollo ha costado siglos de tragedias y esfuerzos colectivos. Ataques como el de Trump, en los que no hay legítima defensa sino uso unilateral de la fuerza, refuerzan una lógica macabra: que hay ataques buenos o malos según quien los ejecute; que las muertes son condenables o no dependiendo de la conveniencia geopolítica.
El bombardeo a Irán violó abiertamente el derecho internacional. No hubo agresión previa ni mandato del Consejo de Seguridad. Tampoco existió autorización del Congreso estadounidense. Trump actuó al margen de la Constitución de su país y del orden jurídico internacional. En este escenario, no podemos perdernos: proteger la paz debe volver a ser un eje central para los pueblos, el único eje posible si queremos detener el dedo que alguna vez apretará el botón.