
No basta con contenidos: necesitamos condiciones emocionales que favorezcan la convivencia y el cuidado, propio y del entorno.
Camila Bañales Seguel
Ing. Agrónoma. Dra. Ciencias Ambientales
Colaboradora de Colectiva Justicia en DD.HH.
La serie Adolescence ha sido aclamada por su retrato crudo de la juventud. Más allá de la trama, lo que impacta es la normalización de la violencia, emocional y física, en espacios que deberían ofrecer contención: escuelas, familias y amistades. El silencio y la agresión parecen las únicas formas válidas de comunicación. Aunque la historia ocurre en el Reino Unido, el problema es generacional y trasciende fronteras.
En Chile, la Encuesta Nacional de Convivencia Escolar 2022 muestra que un 44% de estudiantes de enseñanza media ha presenciado violencia entre pares. Un informe del Ministerio de Educación indica que el 69,6% de las comunidades educativas considera la violencia uno de los principales problemas de convivencia escolar. ¿Qué herramientas tienen hoy adolescentes para procesar su rabia, frustración o miedo?
Aquí entra en juego la educación emocional como urgencia. Daniel Goleman, psicólogo y autor de Inteligencia Emocional (1995), revolucionó la comprensión sobre cómo las emociones afectan nuestro bienestar. Hoy sabemos que habilidades como identificar emociones, autorregularse y comunicarse con empatía pueden aprenderse y que el entorno importa.
El contacto con la naturaleza mejora salud mental, regulación emocional y vínculos sociales. Al promover aprendizajes al aire libre, con dinámicas de observación, colaboración y cuidado del entorno, la educación ambiental ofrece un espacio reparador para que niños, niñas y jóvenes conecten con sus emociones y con otros.
Como decía el biólogo chileno Humberto Maturana, “no hay aprendizaje sin emoción”. No basta con contenidos: necesitamos condiciones emocionales que favorezcan la convivencia y el cuidado, propio y del entorno.
Pero el acceso a áreas verdes refleja desigualdades. Según Fundación Mi Parque, comunas con menores ingresos tienen hasta 10 veces menos metros cuadrados de áreas verdes por habitante. Muchas escuelas públicas están rodeadas de cemento.
Impulsar una educación ambiental activa, sobre todo en sectores vulnerables, no es solo una innovación pedagógica: es una inversión en salud mental, equidad y convivencia.