Carola Naranjo Inostroza
Antropóloga, Psicóloga y experta en género, diversidad e inclusión
En una decisión que rememora las sombras de un pasado autoritario, el gobierno de Javier Milei ha decidido prohibir el uso del lenguaje inclusivo y la perspectiva de género en las reparticiones públicas. Este acto no es meramente una cuestión de política lingüística; es un atentado contra la libertad de expresión y un retroceso en la lucha por la igualdad de género. Como persona dedicada a la enseñanza del lenguaje inclusivo de género por más de 18 años y autora de varios manuales sobre el tema, no puedo permanecer en silencio ante tal medida.
El lenguaje es el fundamento de nuestra sociedad, un instrumento de poder que moldea nuestra realidad, nuestras identidades y nuestras relaciones. Al restringir su uso, el gobierno argentino no solo limita palabras; limita pensamientos, identidades y posibilidades. Este debate trasciende la gramática; es una cuestión de derechos humanos, sobre quién tiene el poder de definir la realidad.
Históricamente, la represión lingüística ha sido una herramienta de dominación. Recordemos cómo el dictador Franco prohibió el uso de las lenguas regionales en España, o cómo se reprimieron las lenguas indígenas en América. Estos actos no fueron meras políticas de unificación lingüística, sino intentos deliberados de borrar culturas, historias y derechos. Hoy, la prohibición del lenguaje inclusivo de género se inscribe en esta misma lógica de silenciamiento y control.
El lenguaje inclusivo de género no es solo esencial para nuestra lucha por una sociedad más equitativa; es una herramienta poderosa que trae a la realidad, a la justa existencia, a las mujeres y a la diversidad sexual que han estado por miles de años en el oscurantismo. A través de él, reconocemos la diversidad y afirmamos la igualdad. No es un capricho estilístico; es una necesidad ética, una herramienta para visibilizar a quienes históricamente han sido marginadas por estructuras de poder arraigadas en nuestro lenguaje y nuestra cultura.
Algunas personas argumentarán que el lenguaje inclusivo es innecesario, que las estructuras lingüísticas no influyen en la percepción de la igualdad. A ellas, les pregunto: ¿Por qué, entonces, se sienten tan amenazadas por su uso? La respuesta es simple: porque el lenguaje tiene el poder de cambiar el mundo. Y el cambio asusta a quienes se benefician del statu quo.
Hoy, más que nunca, debemos defender el uso del lenguaje inclusivo como un derecho, como un acto de resistencia contra los intentos de uniformar nuestro pensamiento y controlar nuestra identidad. No podemos permitir que el silencio nos sea impuesto. La igualdad de género depende de nuestra capacidad para hablar, para nombrar el mundo desde la diversidad y la inclusión.
Este no es el momento para el silencio. Es el momento para levantar nuestras voces, en todas sus formas, y reclamar el poder que reside en nuestro lenguaje. La igualdad de género se construye palabra por palabra, y cada término inclusivo que utilizamos es un paso hacia una sociedad donde todas las personas, sin importar cómo se identifiquen, sean vistas, reconocidas y valoradas.