Paulina Astroza
Directora CEE UdeC
En su libro “Las emociones contra la democracia, Eva Illouz sostiene que “Por todo el mundo, la democracia se ve atacada por un populismo nacionalista. Y por todo el mundo, el mismo enigma: ¿cómo gobiernos que no tienen ningún escrúpulo en agravar las desigualdades sociales pueden gozar del apoyo de aquéllos que su política más les afecta?”. Para comprender este fenómeno, la socióloga franco-israelí afirma que es necesario interesarse en las emociones. Porque sólo ellas tienen el poder de negar la evidencia factual y ocultar el interés personal. Ella distingue cuatro: el miedo, el asco, el resentimiento y el amor a la patria. Si observamos lo que está pasando en muchos países del mundo, podemos darnos cuenta que este relato y estas emociones están presentes en muchas de nuestras sociedades. Ellas son explotadas, manipuladas e instrumentalizadas por movimientos y partidos -de derecha e izquierda- para lograr transformarlas en expresiones políticas que devienen en apoyo popular y voto en elecciones. Negación del cambio climático y su evidencia científica; movimientos anti vacunas; amalgamas superficiales y sin la suficiente evidencia entre migración, delincuencia, terrorismo, religión y drogas; etc. La lista es larga. Yo me quiero concentrar en el miedo que es una de las emociones más naturales del ser humano. ¿Quién no tiene miedo a algo? En períodos de crisis económicas, con la percepción o realidad del aumento de la violencia, con presiones migratorias y malos gobiernos, se da el caldo de cultivo para el “que se vayan todos” que se escuchó en Argentina. “Todos son iguales”. “Votar derecha o izquierda da lo mismo porque nadie resuelve mis problemas”. El populismo no surge de la nada. La “bronca”, “la grogne”, “la rabia” contra una clase política que abandona los principios y valores por los cuales se crearon -bien común de la población- “ayudan” a que estos liderazgos populistas tengan en muchos países el apoyo popular. ¿Cómo hacerle frente? He ahí el mayor dilema. Una forma es sacar al pizarrón a los populistas en temas que no son su zona de confort (seguridad y migración, principalmente) y que expongan sus ideas en otras materias. Muchos no tienen ni propuestas. Lo segundo, es que los partidos tradicionales asuman que tienen una gran responsabilidad. La corrupción, la desconexión con la ciudadanía, el abuso del poder, el clientelismo y la mala gestión han abonado el camino al populismo. Si no cambian de verdad, el panorama se ve muy difícil para mantener un Estado de Derecho y democracia sana, sea el lugar del mundo en que nos encontremos.