Ricardo Demarco López
Académico Departamento de Astronomía UdeC
Investigador CATA
El Hidrógeno es el elemento más simple y a la vez el más abundante en todo el Cosmos. Casi todo el que existe se formó cerca de unos 400 mil años después del Big Bang cuando, debido a su expansión, el Universo se enfrió lo suficiente como para permitir que los electrones libres presentes en la sopa primordial fuesen capturados por los protones libres.
Cuando las estrellas nacen están hechas principalmente de hidrógeno, la materia prima para la formación estelar. Dependiendo de qué tan grande se formen, las estrellas, a lo largo de su vida, podrán fabricar en sus núcleos átomos más grandes y pesados que el helio, el segundo elemento más abundante.
Mientras más masiva sea la estrella, más átomos podrá producir en su interior. Entre los átomos importantes que fabrican las estrellas “grandes”, con masas varias veces la masa del Sol, está el oxígeno. Cuando estas estrellas llegan al final de su vida, mueren de forma violenta, expulsando átomos formados en sus interiores.
Es sólo cuestión de tiempo hasta que estos átomos encuentren las condiciones necesarias en el medio interestelar, o sea, el espacio entre las estrellas, para unirse y formar una de las moléculas más significativas para nosotros aquí en la Tierra: el agua. Es probable que las primeras formas de vida en nuestro planeta surgieron en los oceánicos, obteniendo la energía necesaria para su supervivencia de una fuente térmica por debajo de la propia corteza del planeta.
A unos 1.400 millones de kilómetros (aproximadamente), la luna Encelado de Saturno parece ser justamente un análogo de lo anterior, siendo congelada en su superficie, pero con evidencia de que en su interior habría un océano de agua salada líquida.
Dicho reservorio sería el resultado de la energía interna de la luna producto del calentamiento por los efectos de marea causados por su planeta anfitrión: el gigante de los anillos en el Sistema Solar. Grietas en su superficie de hielo dejarían escapar chorros de vapor de agua y otras partículas a gran altura por sobre la superficie de la luna.
La sonda Cassini realizó las primeras mediciones in-situ de dichos géiseres, pero ahora, el telescopio James Webb nos entrega una visión única y a mayor escala. Lo sorprendente de las observaciones de Webb es que las plumas de Encelado alcanzan varios miles de kilómetros por sobre la superficie del satélite.
Es más, el vapor de agua estaría alimentando de agua al sistema de Saturno más allá de la vecindad de Encelado. Cabe preguntarse si sería posible que microorganismos, originados en el interior de la luna, puedan ser diseminados alrededor de Saturno gracias a los géiseres de Encelado. No hay ningún tipo de evidencia que pueda sugerir esto, pero sin duda es algo intrigante, quizás una guía para futuras misiones a Saturno y averiguar si estamos solos o no en el Sistema Solar, aunque sea acompañados por bacterias a más de 1.400 millones de kilómetros de casa.