Opinión

El jardín azul de Klingsor el mago

Por: En el Tintero 20 de Noviembre 2019

Después de una larga y fructífera vida, Eduardo Meissner ha dejado este mundo, no así el testimonio de lo que fue capaz de hacer mientras estuvo en él de visita. Una vida compleja, llena de laberintos por resolver, más propia de un hombre del Renacimiento, para el cual ninguna cosa es ajena. Muchos se encargarán de describir quien fue, el cómo y el porqué de una persona de múltiples facetas, cuando en el fondo estaba lleno de humanidad, siempre asombrado y alerta y, de la misma manera, comprometido e interesado.

Sin embargo, hay mensajes por interpretar en su propia obra, como puede ser uno de sus cuadros mayores, aquel que mereció el Premio de Honor en Pintura del Primer Salón del Sur, en 1976, con el nombre “El Jardín de Klingsor el Mago”, que estaba basada en un tema que lo tuvo ocupado por años, “Jardines”, telas de gran formato, como este jardín, el del mago, descrito en su oportunidad por una crítica de arte como “el azul mágico de un pintor”. Una tela llena de grandes flores, en un espacio de fantasía, el adecuado para el personaje de Klingsor, en la ópera Parsifal de Wagner; un mago perverso que, habiendo sido desterrado, construye su propio reino de placeres, es la engañosa tentación de abandonarse, siempre presente.

Hubo allí parte de autobiografía, la identificación, también, con el personaje de la novela de Hesse, que no se abandona; El último verano de Klingsor, un pintor con el convencimiento de su incapacidad para mantener por largo tiempo su vida, percibida como frágil, y que por tanto la vive intensamente, la llena de pasión, de compromiso, de obras duraderas, era la última estación, la que Eduardo tuvo siempre cerca y que ha llegado ahora.

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