Opinión

Lo mejor, lo bueno, lo peor y lo pendiente

Por: Diario Concepción 16 de Mayo 2019
Fotografía: Diario Concepción.

Danny Gonzalo Monsálvez Araneda
@MonsalvezAraned

No es tarea fácil realizar el ejercicio de sintetizar en pocas líneas cuál ha sido lo mejor, lo bueno, lo peor y lo pendiente en estos cien años de vida de nuestra universidad. Sin considerar el trabajo fundacional que se realizó y la puesta en marcha de la Universidad, podemos señalar que el rectorado de David Stitchkin, entre los años 1956 y 1962, fue el mejor momento que ha tenido la Universidad. No sólo por la gestión, léase el liderazgo de Stitchkin, sino, más bien, por la mirada global que tenía sobre lo que debía ser la Universidad. Bajo su rectorado, no solamente se impulsó el desarrollo de las llamadas ciencias duras, con la puesta en marcha de los Institutos Centrales, sino también se impulsó de manera decisiva las humanidades y las artes. El nivel que alcanzaron las Escuelas Verano, la creación de los departamentos de Filosofía e Historia, sumado a la radio y el Foro son sellos de una gestión visionaria.

Dentro de lo bueno, podemos destacar la cantidad de jóvenes, especialmente de sectores de menos recursos, que pudieron acceder a la Universidad con motivo de la reforma Universitaria del año 68 y el rectorado de Edgardo Enríquez, llegando en 1973 a casi 20 mil estudiantes.

Ahora, lo peor fue, sin duda, la intervención militar y los rectores delegados a contar del 11 de septiembre de 1973. La política de exoneraciones, delación y del miedo, sumado a la ausencia de debate y discusión, propio de toda Universidad, fueron elementos que no solamente marcaron el quehacer académico durante los años de la dictadura, sino que (lamentablemente) de una u otra forma se han prolongado y reproducidos en el tiempo, causando un daño tremendo a la esencia del ser universitario. A lo anterior se suma la política de autofinanciamiento a la cual fue sometida la Universidad (y otras Universidades), provocando una verdadera asfixia financiera, teniendo que aplicar políticas de racionalización en algunos casos y en otras de un claro endeudamiento para poder cumplir con los compromisos adquiridos.

Lo pendiente o deudas dicen relación con el punto anterior, tratar de buscar vías o modelos de desarrollo alternativos, que no sean necesariamente las lógicas neoliberales en las cuales los académicos y académicas están sometidos a un nivel de presión en la cual lo primordial parece ser la mentada productividad y mostrar resultados, en lo posible cuantificables. Por otro lado, se requiere retomar el valor que las humanidades y las artes tuvieron en su momento. Verdaderos focos o lumbreras que cautivaban/convocaban a importantes sectores de la sociedad, no solamente penquista, sino también de Chile y América Latina. De ahí la importancia de recuperar el valor de las humanidades y las artes, ya que nos permiten situar nuevamente en el centro de la discusión y reflexión el valor de lo humano y lo colectivo.

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