Uno de los mayores fastidios para los jóvenes es verse obligados a escuchar las interminables chácharas de los más antiguos de la familia, concluyendo que, en sus tiempos, las cosas marchaban mejor, reiteradamente, hasta alcanzar un punto que solo queda huir o proceder al extermino de los envejecidos relatores, se suele optar, actitud digna de aplauso, por lo primero.
Una de las comparaciones más repetidas es el modo de hablar, las actuales características discutibles del lenguaje vulgar, el uso abundante y reiterado de groserías de grueso calibre, empleadas por jóvenes de ambos sexos, sin remilgos y en cualquier parte, en estado de aparente inocencia relativa a los significados, otro idioma, con implicancias atenuadas, pero no así para quien lo escucha y que no pertenece a esa cultura.
Hace un par de años un alumno de un colegio en Calama, fue castigado por su profesora con el decimonónico proceso de lavar la boca con jabón, frente a todo el curso, al haber emitido el primer garabato en clase, según denunció la madre del menor. Al final todos se abuenaron; la apoderada reconoció la calidad de la docente y ésta última, su error. La directora del colegio, para no ser menos, puso a disposición del alumno al equipo de profesionales psicosociales de la escuela. Los garabatos, sin embargo, no fueron objeto de mayor escrutinio.
No fue un recto proceder de la profesora, a lo mejor no había logrado acostumbrarse a la nueva riqueza del lenguaje, tan rico, expresivo y lleno de contenido, o reaccionó como era clásico, en tiempos ya superados, pero ahora, inaceptable. Aparentemente no ha habido daños mayores, no parece haber habido trauma sicológico en el joven de lenguaje florido, pero caminando por allí, más de alguien habrá querido tener jabón a mano.
PROCOPIO