Opinión

De niños y asombro

Por: Diario Concepción 12 de Abril 2018
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado y magíster en Filosofía Moral UdeC

La cultura ha pasado a ser entretenimiento. No se busca una propuesta para reflexionar sobre uno mismo o sobre el entorno. Importa la frívola información, una acumulación fútil de datos que obtenemos desde la redes sociales, pero que no nos detenemos para cuestionar y no la usamos para pensar. Nos obsesionamos con los alquimistas, con transformarlo todo en oro y rápido, con gurúes financieros que nos prometen la riqueza y éxito sin ningún esfuerzo.

Nos vamos transformando en nuestros propios verdugos que de manera inconsciente van marginando hasta eliminar al niño que alguna vez fuimos. Al que se sorprendía y buscaba, no importando si llegaba a encontrar algo, al curioso que se asombraba, al que iba creando su propio universo.

Hemos aprendido a ser cínicos, para poder sobrevivir y no ser devorados por las fieras que pululan en el medio social, lo que nos conduce al suicidio del autoengaño, a negarnos, a traicionarnos para poder satisfacer a otros, para adular, para que nos asciendan profesionalmente, para que no nos tachen de peligrosos por ser diferentes.

Anularnos, mostrándonos como los otros quieren que nos veamos, renegando de nuestra identidad y de luchar por buscar lo que somos. Pretendemos vivir satisfechos amontonando placeres inútiles, sin llegar a comprender que para ser felices es necesario haber padecido. La armonía y el conflicto son parte de nosotros, estamos hechos a partir de esta contradicción, lo que nos debe hacer asumir que la aventura de la vida requiere aceptar como algo natural el fracaso y el dolor como las más sublimes formas de aprendizaje, obviamente sin buscarlos, pero como una posibilidad, como una enorme oportunidad cuando de adquirir experiencia se trata.

Nos volvemos ciegos simplemente porque no queremos ver más allá de lo que ocurre ahora, despreciando la memoria, cuando la historia no se acaba, no se ha acabado, sigue su curso con o sin nosotros, con más tecnología y más aparatos que nos permiten comunicarnos y distraernos, encerrarnos en nuestras pequeñas parcelas individuales que nos impiden mirar al otro como parte de un todo del que formamos parte.

Para entender al prójimo y ser empáticos, sin esperar ninguna recompensa divina por nuestros actos, sin esperar un reconocimiento especial por hacer lo correcto, sin juzgar permanentemente al que está a nuestro lado y sin asumir que el disidente es el que está completamente equivocado, porque es la masa de la que formamos parte la que debe tener la razón, simplemente porque piensan como uno, cuando el que difiere tal vez sea la chispa que estábamos esperando para sacudirnos de nuestra modorra.

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