Opinión

Equilibrio entre la poesía y la prosa

Por: Procopio 21 de Marzo 2018

Pudo haber habido muchos, pero el poeta romano por antonomasia fue Publio Virgilio Marón, Virgilio, para abreviar la pomposa tría nómina. Nacido un lindo día de octubre de 70 a.C. hijo de padres modestos, pero con recursos, estudió retórica y lengua, filosofía griega en Cremona, Milán, Roma y Nápoles.

Como dicen que  hay que saber llegar, este  joven le cayó en gracia a los que tenían fuerte influencia en la casa imperial, sobre todo contó con el apoyo de Cayo Mecenas y  el poeta Horacio, llegando a ser el poeta favorito de  Octavio, el futuro emperador Augusto, en parte propiciado por el éxito de su primera obra mayor, las Bucólicas, nutriendo la nostalgia de los aristócratas romanos por la vida simple y su obra cumbre, la Eneida, que cantaba las virtudes del pueblo romano y cimentaba  una mitología propia para la nación, una obra que le tomó más de doce años de trabajo y que consideraba imperfecta, de tal modo que al morir prohibió su publicación, deseo que no fue respetado por Octaviano, entonces Augusto.

Cuando estaba en la cúspide de su fama, había levantado un hermoso mausoleo para una mosca que describió  como su fallecida mascota, después de un sentido funeral y la inversión de ochocientos mil sestercios, iniciativa que no parecía tener patas ni cabeza. Lo que no sabían los demás es que las guerras civiles del triunvirato de Marco Antonio, Lépido y  Octaviano,  habían dejado la caja a fojas cero y que se había decidido expropiar todo tipo de tierras para dársela a los legionarios jubilados, excepto aquellas consagradas por tumbas y cosas  así.

Con esa astuta maniobra y gracias a información privilegiada, Virgilio salvó su parcelita de agrado. Como comentara Neruda en su oportunidad, se puede ser poeta pero no tanto.

PROCOPIO

Etiquetas