Opinión

Las cosas que caben en la cabeza

Por: Procopio 26 de Enero 2018

Ser alemán, haber vivido en la segunda mitad del siglo diecinueve y la primera década del siguiente, haber quedado ciego en la infancia y recuperar la vista por motivos desconocidos a los cinco años y ser pobre de solemnidad, no es el mejor de los escenarios para ser un escritor famoso del salvaje oeste, pero ese fue el caso de Karl May.

A lo mejor, como niño ciego, su mundo interior se alimentó con los relatos de su padre y de su abuelo, relatos que le permitieron construir escenarios a base de sólo palabras. La formación valórica, eso sí, no le quedó demasiado clara, se dedicó por largos primeros años de su vida a la delincuencia en pequeña escala,  robos, timos, fraudes, lo suficiente como para enviarle varias veces a la cárcel.

En la prisión de  Zwickau tuvo una temporada más prolongada, cuatro años, afortunadamente para sus futuros  lectores  y gracias a su buena conducta, consiguió el puesto de encargado de la biblioteca de la prisión y se pasaba el día leyendo. Fue allí  cuando decidió hacerse novelista y donde elaboró una lista de todos los libros que pensaba escribir, un documento impresionante que incluye 137 títulos distribuidos en diferentes series, sagas y colecciones, hasta con títulos provisorios.

Sus novelas, especialmente aquellas sobre el oeste norteamericano, tuvieron un éxito universal, llegó a ser el autor alemán más leído, bien por sobre los 200 millones de ejemplares, sin moverse de su escritorio, a base de mapas, guías de viaje e imaginación sin fronteras.

Los cuatro años tras las rejas le dieron al joven Karl un tiempo para pensar, había una tremenda biblioteca donde estuvo, es interesante imaginar lo que habría sucedido si la cárcel de Zwikau hubiera tenido internet y  setenta y dos canales de televisión.

 

              PROCOPIO

Etiquetas