Opinión

De persecuciones y víctimas

Por: Diario Concepción 29 de Noviembre 2017
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Por: Andrés Cruz
Abogado, Magíster Filosofía Moral

Resulta normal constatar como los que por años detentan el poder sucumben a la tentación de dar vuelta las circunstancias y esforzarse por hacerse pasar por víctimas de persecuciones ideadas por los resentidos, por los enemigos que querrían afectar su impoluta imagen pública. Se trata de una estrategia de carácter comunicacional para lograr mantenerse en su sitial de privilegio, para eximirse de las obligaciones comunes, para encantar a los que babean mirándolos hacia arriba y han besado su anillo una y otra vez. Todo para impedir que se desarme el castillo que con tanto esfuerzo, muchas más influencias, comidas y llamadas telefónicas clandestinas, han construido durante años, generando un ejército de funcionarios de todo nivel que les deben favores de distinto alcance.

Martin Luther King sostenía que “nadie se nos montará encima si no doblamos la espalda”. Pues bien, en algunas instituciones públicas si se quiere acceder a ascender en una carrera funcionaria, constituye una exigencia por antonomasia el arrodillarse y besar la mano de quien corresponda. Como un ritual que simboliza la sumisión al que puede tomar la decisión o bien ejercer aquella indispensable influencia que rompa con la inercia de la inexistente meritocracia, la que todos invocamos y a la que todos aspiramos, pero que vadeamos cuando la realidad nos toca la espalda y nos confiere una oportunidad que debe aprovecharse, desde la imaginería de lo que debe ser hasta la fiereza evidente y brutal de lo que es y hay que hacer para ser el elegido.

Los que están dispuestos a tolerarlo, se subyugan y aparecen defendiendo a los que dieron su visto bueno para que accedieran a formar parte del selecto grupo de los privilegiados, de los que de vez en cuando se reúnen y deciden quien es bueno o malo, que está bien y que está mal, con total indiferencia de lo que puede resultar o no conveniente para todos a los que miran, si es que lo hacen, con desdén, hacia abajo.

Develada la existencia del martirio político o judicial, ya sea por una filtración de buena o mala fe, consumada como una advertencia explícita, por un descuido administrativo o por las consecuencias de la ingesta excesiva de alcohol en alguna bacanal, pierde sentido cualquier investigación. El que se dice perseguido conoce su existencia, perdiendo sentido el esfuerzo para que aparezcamos todos como iguales, y más tarde o más temprano se activará su cadena de devolución de favores para revertir lo que ha ocurrido y castigar a quienes han desafiado la verdadera autoridad que ellos poseen, ya sea dentro o fuera del cargo público. Allí estarán siempre, esperando su momento.

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