Cultura y Espectáculos

En el Día Internacional de la Danza: ex integrantes del Ballet Folclórico UdeC relatan su paso por el elenco

Bailarinas y bailarines comentaron las enseñanzas y recuerdos que les dejó su paso por el reconocido grupo universitario y cómo han continuado ligados a la danza y la música, tanto a nivel profesional como personal.

Por: Diario Concepción 30 de Abril 2022
Fotografía: Cedida

Gianina Paredes Ceballos
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Cientos han sido los y las estudiantes que han integrado el Ballet Folclórico de la Universidad de Concepción (Bafoudec) y crecido de manera integral durante su permanencia en él. Y es que, en sus 47 años de historia, la agrupación dependiente de la Unidad de Actividades Extraprogramáticas de la Dirección de Servicios Estudiantiles (Dise) no solo ha sido reconocida por su alto nivel artístico en Chile y el extranjero, sino que también ha actuado como pieza fundamental en la formación de habilidades para la vida de quienes han pasado por sus elencos de danza y música, dirigidos por José Antonio Cortés Flores, quien es su director general y coreógrafo, y Pablo Sáez, director musical.

En el contexto del Día Internacional de la Danza, que se conmemora el 29 de abril, Max Vera, Gisell Rodríguez, Sandra Muñoz y Marco Oyarzún, abrieron sus emociones para reconectar con los recuerdos, anécdotas y momentos cumbre de su historia en el Ballet Folclórico, que describen como una familia.

“El baile me transformó como persona”

Originario de la comuna de Arauco, Max Vera Ramírez (28) respira y sueña la danza desde su juventud. En esa búsqueda apareció la academia Rayün Perün, a la que buscó incorporarse apenas vio la primera actuación en su colegio, a los 17 años. “Entré a la academia y ahí supe del Ballet Folklórico de la UdeC. También me propuse llegar ahí”, rememoró.

Pero no fue sino hasta finalizar el servicio militar, que el sueño de ingresar al Ballet Folklórico se materializó. Antes, un accidente laboral en la construcción lo forzó a perder clases en la enseñanza media, por lo que vio en la entrada al Ejército un camino posible para finalizar los estudios y concretar el anhelo de ingresar a la Universidad de Concepción. “De forma paralela, seguí en el Rayün Perün, porque yo ya estaba enamorado de la danza. Recuerdo que en una gala en Arauco conocí a José Antonio Cortés, el ‘profe Toño’, pero no me acerqué porque me creía estrella; cosas de la adolescencia”, relató entre risas.

Finalmente, su buen desempeño académico le permitió entrar a estudiar Educación Física a la UdeC. Tras matricularse, fue directo a hablar con el director. “El profesor vio mis capacidades y todos mis tiempos libres los invertí en el Ballet, durante 6 años. Lo que más recuerdo es mi primer baile solista, Alelí. Lo hice con mi compañera Stephanie Fuentes, y fue muy fuerte por la sensibilidad que se requería. Luego hicimos un Tango y desde ahí proyecté lo que me gustaba. El profesor Toño nos mandó a Santiago con el mejor instructor de Chile”.

Max Vera recalcó que su paso por la agrupación no solo influyó en su actual carrera como bailarín -que proyecta al extranjero- y profesor, sino también a nivel personal. “Influyó en mi carácter, conducta y hábitos para bien; me transformó como persona. Si no hubiese sido por el ballet, habría dejado mi carrera, mis objetivos, y por eso yo le debo mucho al profesor. Él es mi maestro”.

“El ballet despertó en mí el espíritu del esfuerzo”

El gusto por el baile y la música es una herencia familiar en la vida de Sandra Muñoz Rivas (47). Su padre, Sergio Muñoz Garrido, la encausó por el camino del folclor desde muy pequeña, al ser él integrante del grupo Pehuén como funcionario de la Universidad de Concepción. “Desde los 5 años tuve apego al folclor, bailaba cueca y me encantaba, pero nunca tuve la opción de bailar en algún grupo. Cuando entré a la universidad, a la carrera de Nutrición y Dietética, me anoté en el taller de Danzas Folclóricas que daba la Dise”, comentó con orgullo.

Poco a poco, Sandra fue creando la pertenencia al taller extra académico, hasta que la realización de la Copa América en Concepción, el año 90, le abrió la puerta al Ballet Folclórico. “Era integrante de la estudiantina y llegó la noticia de que en el show de apertura de la copa se iba a presentar el taller con sus mejores integrantes. Me seleccionaron y estuvimos ensayando mucho para esa presentación que nunca se pudo realizar, ¡porque llovía que se las pelaba! A pesar de ello, el ‘profe Toño’ me vio y me invitó a sumarme al Ballet Folclórico”.

Si bien, con mucha humildad, comentó que ella no se apreciaba como virtuosa en términos de técnica de danza, su pasión, constancia y guía del director José Antonio Cortés, le permitió profesionalizar su anhelo.

Sandra recordó con especial cariño los bailes mexicanos, sus favoritos, y también los de Tango, que continuó practicando hasta el año 2000 como integrante del conjunto. Su amor por la danza continuó como herencia en sus dos hijas. “Mi hija mayor, Catalina (25) se integró al taller de canto al entrar a la UdeC mientras estudiaba Pedagogía, y después de un año entró al elenco musical del Ballet Folclórico. Yo sigo ligada a la danza y la música a través de agrupaciones de ex alumnos e integrantes del Ballet”.

“Aprendí valores que nunca más se olvidan”

Giselle Rodríguez Gaete (48) fue parte por dos décadas de la agrupación icónica de la Universidad de Concepción. Su vida, al igual que la de sus compañeros y compañeras, ha estado trazada por las experiencias profesionales y personales que vivió ahí. Y la matriz común de quienes pasaron y están actualmente en el Ballet, es la vocación y el gusto por las artes escénicas. “Desde niña me gustó bailar. Era natural en mi familia, por mi madre y mi abuela. Ella me contaba que se enamoró de mi abuelo viéndolo bailar cueca y repetí la historia cuando conocí a mi marido en el Ballet”, contó.

Su entrada a la agrupación ocurrió al final de su carrera de Educación Física, gracias a una compañera que le avisó que estaría abierto el taller de Danzas Latinoamericanas. “La profesora era integrante del Ballet y cuando terminamos el curso, me propuso para integrarme con el ‘profe Toño’ el año 95. Desde ese momento fui parte del elenco durante 20 años”.

En todo ese tiempo, Giselle formó amigos y amigas para la vida, y también su propia familia junto a su marido Marco Oyarzún Aguilar (40). Actualmente, su hija María Laura (7) sigue los pasos de su padre y madre, encaminándose a ser futura promesa del Ballet Folclórico. “Sería un sueño para nosotros, porque aquí aprendí valores que nunca más se olvidan. El profe Toño siempre nos enseñó que todo tenía que salir impecable, ordenado, profesional”.

“Como formador musical, el paso por el Ballet fue clave”

Los lazos que los y las integrantes han hecho por años en el Ballet Folclórico son muy fuertes. Lo volvió a confirmar el esposo de Giselle Rodríguez, Marco Oyarzún, quien actualmente se dedica a la pedagogía con las enseñanzas aprendidas durante los años en el elenco musical, relación que comenzó antes de formar parte oficialmente de él, el 2003. “Tenía mi propio grupo y nos comentaron que el Ballet iba a hacer una presentación en el Teatro UdeC. Nos sentamos en la platea y quedamos encantados, particularmente con el acordeón de Pablo Sáez, actual director, y de la voz de Valeria Gutiérrez, su esposa, que hoy son nuestros grandes amigos”.

Al año siguiente, una compañera de Marco, Daniela Pérez, le contó que había entrado al elenco de danza, así que preguntó si había opciones para él. “A los días me dicen que fuera a darme una vuelta para hablar con Pablo y tocar un poco. Cuando me preguntó si sabía tocar el cuatro, me puse a improvisar lo que sabía de tanto mirar a Illapu, mi grupo favorito, y me dijo ‘¡oye, sabes tocar de todo!’, y así entré al elenco como guitarrista y después como voz”.

Tras terminar su carrera, continuó siendo parte del Ballet en la formación de los que después se integraban a la agrupación. “En las generaciones de 2006 al 2010, se formaron vínculos muy bonitos, y eso trascendió en familias como la que formé con mi esposa, y en amistades de años. Hoy, como formador musical, creo que mi paso por el conjunto fue clave, me sirvió muchísimo. La rigurosidad, el profesionalismo, la constancia y el trabajo duro, se lo transmito hoy a mis alumnos y alumnas en los colegios donde trabajo”.

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