Ocho minutos con Nicanor Parra

Autor: Diario Concepción 27 de Mayo 2018 12:05 AM

En febrero de 2011, el periodista Víctor Bascur cumplió un sueño: fue a la casa de Nicanor Parra en Las Cruces, conversó con él, le agradeció y lo echaron. En esta edición de aniversario, meses después que el antipoeta pronunciara su último voy & vuelvo, revivimos esos imborrables minutos.

Víctor Bascur Anselmi

Doce años después de haber leído el Poemas y Antipoemas por primera vez, estoy entrando a la casa de Nicanor Parra, a la fuerza, a la mala, sin que nadie me invite y él está ahí: sentado, serio, preguntándose qué hizo mal para tener que recibirnos en un día de descanso, en un día donde una visita así no estaba contemplada.

Con Claudio, Cristian y Jorge (mis buenos amigos) tomamos un bus desde el Terminal Sur, de Santiago, con destino al balneario Las Cruces, donde vive el antipoeta. Nos sentamos en la mitad de un bus interurbano que llevaba a menos de la mitad de los pasajeros que su capacidad permite. Al mediodía, de un sábado que siempre recordaremos, la puesta en marcha del vehículo aumentó también la velocidad de las ideas que a esta hora nos daban vueltas: ¿Cómo vamos a entrar?, ¿Qué diremos al verlo?, ¿Quién hablará primero?, etc. Las preguntas siempre eran seguidas de respuestas poco probables, todo era incertidumbre en ese camino cada vez más rural y amable, pero también inquietante.

En Las Cruces todos saben dónde vive Nicanor Parra. Es la figura del pueblo y, hasta hace poco, se le podía ver manejando el escarabajo que estaciona frente a su hogar en calle Lincoln. Nuestro primer plan fue ir a golpear la puerta que está rayada con spray negro con la palabra “antipoesía” y esperar a que, por alguna extraña razón, él quisiera recibirnos y él o alguien de su casa nos abriera la puerta invitándonos a pasar. Bueno, eso no pasó.

No profundizaré en que se nos ocurrieron varias alternativas mientras esperábamos que nos invitaran a pasar. “Somos vendedores viajeros”, “andábamos mochileando y justo queríamos pasar a esta casa para que nos prestaran baño”, “mi amigo se siente mal, ¿podemos esperar a una ambulancia en su living mientras conversamos con usted?” “¿Usted es Nicanor Parra?, mire qué casualidad”, etc. Habíamos viajado 200 kilómetros (en mi caso 700) para conocer a nuestro inmortal Nicanor y no íbamos a volver sin verlo y escucharlo. Y entonces, la puerta se abrió.

Solo de piano

Cuando pienso en Nicanor Parra, lejos de venir a mi cabeza la necesidad de que gane el Premio Nobel algún día, me conmueve –sobre todo- el hecho de saber cuántos jóvenes adormecidos por libros empalagosos fueron salvados – como yo- por el poeta de San Fabián de Alico. Los imagino, ahí, aburridos por los muchos años de soledad y por las avejentadas casas de los espíritus y los veo experimentando la misma sensación que siente el protagonista de “Se canta al mar” del libro Poemas y Antipoemas, al ver el océano por primera vez. Una vez Ricardo Piglia dijo que se sentó a leer a Parra en el bar Pérsico, frente al correo, y cuando se levantó –al terminar- era de noche y él era otro.

Roberto Bolaño, en su columna “Ocho segundos con Nicanor Parra”, decía que lo único seguro de la poesía parriana en este nuevo siglo es que pervivirá. Hoy, los principales diarios del planeta se deshacen en elogios al hablar de don Nica y él, en su casa de Las Cruces está siempre atento a todo. Bolaño tenía razón, una vez más.

La puerta se abrió de golpe cuando llevábamos un par de horas haciendo guardia afuera de la casa. En el intertanto vandálicamente rayamos, en una de las tablas de la cerca blanca de madera, “Don Nica al Nóbel”, cosa que nos llenó de orgullo en ese momento y luego cuando en un reportaje escrito en un medio de circulación nacional, describieron ese rayado. Pero ya no. Menos ahora que nos estoy adjudicando ese abuso de confianza, de manera pública. También nos fotografiamos en el escarabajo, sentados en el antejardín, jugando con los artefactos que se pueden divisar en el patio delantero, etc.

Lo que viene ahora es un relato inocente de hechos inocentes. En ningún caso quisimos importunar al poeta que más hemos admirado en nuestras vidas. En ningún caso alteramos el orden de la casa ni hubo mala intención en los hechos que paso a contar.

La mujer que cuida al antipoeta de Las Cruces salió de la casa rumbo a un negocio cercano  suponemos- porque llevaba un envase de bebida retornable en su mano derecha. Nos miramos. Claudio no lo dudó: -entremos. Y entramos.

Hay un día feliz

La casa de don Nicanor es un museo, pero vivo. La pesada puerta de madera da paso a una sala de estar en cuyos muebles descansan fotografías de sus hermanos Violeta, Eduardo y Roberto; que conviven con artefactos como la colección “Libros de Bolsillo” donde aparece El manifiesto comunista de Karl Marx y Mi Lucha de Adolf Hitler, entremedio de muebles austeros y sillas de descanso.

Nos sorprendimos al ver que las cuentas de agua y luz que llegan a nombre del autor de “La Víbora”. ¿Sabrán los señores de la luz y el agua que cada mes imprimen una cuenta a alguien que ya saldó todas las suyas en vida? Nos reímos.

Cuando ahora reviso en mi memoria la carne se me pone de gallina. No me dio lo mismo ese día y creo que nunca nos dará lo mismo a ninguno de los que fuimos. Recuerdo a mis amigos mirando la casa, tratando de llevarse la mayor cantidad de recuerdos en su memoria, hasta que Jorge dijo: -Ahí está.

El poeta que entonces tenía 97 años, estaba recostado sobre un sofá en medio del living. Se notaba que habían terminado de almorzar. Platos y vasos permanecían sobre la mesa del comedor. Allá afuera el sol seguía brillando y con eso bastaba para iluminar la preciosa casa de Nicanor con vista al mar. El viaje llegaba a su punto máximo y no sé si fue la cerveza, la emoción de verlo después de tantos intentos fallidos o el miedo a que la cuidadora volviera al hogar, pero supimos inmediatamente que no teníamos tiempo que perder, ni cursilerías en las cuales escatimar. El diálogo, del cual todos quisimos participar, fue el siguiente y lo recuerdo de memoria:

-Don Nicanor, lo vinimos a ver, dijo Jorge.

-¿Quiénes son ustedes?

-Nadie importante, dijo Cristian, pero vinimos a darle las gracias.

-¿Y las gracias por qué?, preguntó Parra.

-Por todo, por los antipoemas, por los 97 años, por no pedir tregua; dije muy nervioso.

-Y ¿qué tengo que ver yo con eso?, nos desafió. –¿Y qué tiene que ver la edad?, seguramente esperaban a un viejo-. Bueno, ¿qué necesitan?

-No sé, nos conformamos con esto, con esto nos damos por pagados, dijo Claudio.

-El pago de Chile, dijo, sonriendo. Y supe que se refería a la obra que montó en el Centro Cultural Moneda donde todos los Presidentes de Chile aparecen colgados.

-¿Cree que Chile le ha pagado como corresponde?, le pregunté.

-No sé, no es importante. Me conformo con haber dicho un par de cosas y por contradecirme en otras. Hay que fregar la cachimba. -dijo, y reímos-.

Cuando Nicanor Parra nos preguntó a qué nos dedicábamos le confesamos que éramos periodistas y –tras eso fue imposible seguir conversando en confianza. –No quiero saber nada con los periodistas-, nos dijo. Y pese a que le insistimos en que éramos lectores más que cualquier otra cosa, la conversación fluida no lo fue más.

Minutos después llegó la mujer que lo cuidaba y nos gritó que saliéramos de la casa, que llamaría a Carabineros, que no éramos bienvenidos y Nicanor entró en la discusión.

-Déjalos tranquilos. Let be, dice Hamlet, agregó. Déjalos ser. Ya se van.

Nos despedimos y volvimos a caer en una serie de cursilerías que prefiero no detallar. Fueron menos de 10 minutos los que compartimos en el verano de 2011 con el escritor que más he admirado en mi vida y –probablemente- el que más admiraré.

Hay que tener mucha suerte para ser contemporáneo de lo más grande de tu país. Bolaño decía que su patria era su hijo y su biblioteca, yo creo que la mía son mis recuerdos, los amigos, la gente  que quiero, esa visita a la casa de Nicanor y el viaje que estoy realizando, mientras escribo esto, hacia Las Cruces, otra vez, para estar ahí en el día de su cumpleaños número 100, en los primeros 100 años de su vida. No sé si la puerta se abrirá esta vez, pero entiendo que a los 13 años ya se abrió la más importante de todas y por ese camino espero seguir transitando, sin pedir tregua. Como Parra.

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