Ciudad

Esa noche en que el reloj marcaba 3:34 y la tierra no tuvo compasión de nosotros

Pasaron diez años, pero todos recordamos exactamente dónde estábamos en aquel momento. Fueron días sin luz ni agua, de solidaridad y tensión, de escuchar todo por radio y tragar saliva al ver imágenes de Alto Río o Dichato. Pasaron diez años y hay heridas que aún no sanan. No todo quedó en su lugar.

Por: Paulo Inostroza 23 de Febrero 2020
Fotografía: Isidoro Valenzuela M.

De pronto, ya no había luz. El reloj marcaba 3 con 34. Todo se movió con violencia, a los remezones, los vidrios rompían en el piso, los cuadros familiares cayeron al suelo. Explosiones afuera, paredes que se agrietaban. No hubo explicación, sólo miedo. ¿Qué está pasando realmente? ¿Será sólo aquí? ¿Cómo estará el resto de mi familia? Incertidumbre, teléfonos sin señal, el Internet caído. “Dicen que se desplomó un edificio, que puede salir el agua y arrasar con todo”. ¿O tal vez ya salió? Nadie quería volver a sus casas, los viejos contaban que esto ya lo habían vivido, que la réplica sería aún peor.

Era de noche, los niños dormían y algunos jóvenes recién volvían a sus casas. No todos volvieron. La disco se alborotó, los más antiguos rezaban en sus piezas. Concepción veía cómo se desmoronaba el Puente Viejo, autos cayendo desde la altura como en catástrofes de ficción. Fuego, gente desesperada. Todo en plena oscuridad, con miedo a ver qué podía revelarnos el amanecer.

“Vamos a ver el Alto Río”. Edificio nuevo, con el 60 por ciento de sus departamentos ocupados y, de un momento a otro, 16 pisos en el suelo. Rescatistas escuchando gritos, buscando a esos que ya ni siquiera pueden gritar. El primer informe contó 25 cuerpos evacuados con vida y 8 personas que no corrieron igual suerte. También otros 43 de los que no se sabía nada. Radio Bío Bío anunció los nombres de los fallecidos uno por uno y todos tragamos saliva. Terrible. Eran pétalos de flor, como los del “me quiere mucho o poquito”. Tal vez, el último fuera el que dice “nada”.

Sí, era gravísimo. Más de lo que creíamos, más fuerte de lo que pudo medir Mercalli: un 8,8 nos movió algo más que el piso. Las familias acamparon fuera de sus casas, comiendo la carne que el refrigerador ya no podía salvar, haciendo su propio pan con harina y agua. No había electricidad, aprendimos a la fuerza qué diablos es un “camión aljibe”. No funcionaron los cajeros automáticos, había que correr por lo último que quedaba en el almacén. Las filas interminables, tanto que algunos perdieron la paciencia, la cabeza y, otros, simplemente, se aprovecharon: así comenzaron los saqueos.

Versluys, la cadena Líder, farmacias vaciadas. No por la necesidad de sacar un paquete de pañales o asegurar comida para los niños, aquí hubo delincuencia, pillaje, robo, personas que se llevaban un televisor plasma o la máquina trotadora arriba de su camioneta. Y ojo que no eran los pobres, fue una vergüenza transversal, el ser humano mostrando su peor cara. Los buenos, en tanto, esperando ayuda, anotándose por si llegaba una caja desde la municipalidad, cocinando en ollas comunes, haciendo sopaipillas con el mismo fuego que usaban como luz.

El diario y la turba

Los penquistas sólo se enteraban de lo que ocurría por la radio, pero muy distinto sería conocer todo este inimaginable desastre a través de imágenes. Ver lo que tanto temíamos. Sin energía en los enchufes y con el celular descargado, los diarios en la calle significaron un duro golpe de realidad. “¿De verdad que esto fue así?”. Periodistas, gráficos y gran parte del equipo de Diario Concepción llegó ese mismo día a la oficina de Orompello con Cochrane. Querían ver qué se podía hacer, necesitaban informar. Bueno, también necesitaban confirmar que su pega seguía en pie.

Muchos se ducharon ahí mismo, aprovechando que milagrosamente había agua. Las camionetas aceleraban hasta Dichato y los sectores más lejanos, los demás profesionales se movían cuadras y cuadras a pie. Cada nota fue guardada en un pendrive para ser trasladada de una carrera a Chillán e imprimirse. El martes 2, una edición de 12 páginas vio la luz, en blanco y negro, casi simbólico. La gente se asombró al ver las fotos, leía y no podía creer a sus ojos. Algunos pasaban papelitos a los reporteros y fotógrafos. “¿Pueden avisar que estoy bien?”. Muchos, aún no encontraban a los suyos.

El saqueo era una práctica descontrolada. Marcelo Rivera, alcalde de Hualpén, se oía desesperado en un audio donde clamaba “Presidenta, con todo el cariño que le tengo, le pido que se ponga los pantalones. Ya no podemos más”. En la municipalidad habían robado computadores y otras cosas. Pero eso no era nada, en Talcahuano, el alcalde Gastón Saavedra informaba que “hay 6.326 casas que no se pueden recuperar. El centro está destrozado, hay barcos y contenedores en plena calle. Calculamos 106 damnificados y 60 muertos”.

Foto | Diario Concepción

El lunes 1 se había declarado Estado de Sitio y el primer Toque de Queda, desde las 20 horas hasta el mediodía siguiente. Desde el día siguiente, el toque partió a las 18:00, la medida se evaluaba día a día, algunos tenían salvoconducto. Por las noches, todo era tenso y la gente comenzó a armarse, hacer turnos, porque no confiaban en nadie. No podían dormir. Se hablaba de “turbas” que iban en masa de tal a cual sector. Fueron más mito que un peligro concreto, pero los vecinos aprovecharon de conocerse mejor, de apoyarse, de preguntarse el nombre por primera vez. Una cordialidad de emergencia, aunque entonces parecía ser para siempre.

Todos al cerro

Concepción se movió sin misericordia, pero hubo zonas que sufrieron la furia del agua: Dichato, Llico, Lebu, Talcahuano, Cobquecura. En Talcahuano, más de un metro de barro entró hasta las casas de Las Salinas, Santa Clara. Las inmisericordes olas superaron los 5 metros. La gente debió ser albergada en colegios, sedes deportivas. En Dichato, la marea subió más de 5 metros y destruyó el 80 por ciento de la comuna. La gente corrió hasta Villa Fresia para mantenerse a salvo. Pasaban los días y ya todo se había calmado, pero nadie se atrevía a bajar. Había botes en plena calle, muy lejos del mar. Se podía ver casas de madera invertidas.

Foto | Diario Concepción

Tras la tragedia vinieron las interrogantes: ¿pudo haberse evitado este desastre? ¿pudo prevenirse y haber tenido un impacto menor? Y con esas preguntas, también la búsqueda de culpas y culpables. El maremoto generó las mayores dudas y acusaciones. El ministro de Defensa, Francisco Vidal, fue el primero en asegurar que “fue un error del Shoa no dar a tiempo la alarma de tsunami”. La Armada, en tanto, sostuvo que la alarma se entregó media hora antes que saliera el mar. “La responsabilidad aquí es de la Onemi”, afirmaba el contralmirante Roberto Machiavello.

Legalmente, fueron 6 los imputados por la muerte de 104 personas durante la noche de ese 27. Uno de ellos, la expresidenta Michelle Bachelet, investigación que se cerró y dejó de ser investigada el 2016. La cifra de fallecidos alcanzó finalmente los 525 identificados (156 por el tsunami) y los damnificados cerca de 2 millones de personas. Brutal, considerando que fueron 4 minutos, aunque parecieron eternos. Tras eso, réplicas constantes de casi 7 grados y la gente acostumbrándose de a poco. Después de un mes, había sectores que seguían sin luz ni agua.

La caída del edificio Alto Río también significó cuestionamientos a las reglas con que se levantan construcciones en un país con tanta historia sísmica. Materiales y alturas máximas permitidas se tomaron el debate. ¿Culpas? Constructora Socovil e Inmobiliaria Río Huequén fueron condenados por 8 cuasidelitos de homicidio y 7 cuasidelitos por lesiones graves. Ese juicio se cerró el 2014.

Los hospitales seguían recibiendo víctimas, ya no por daños físicos, sino psicológicos. Personas asustadas, con el trauma enorme de ver morir a sus familiares. Coronel, Lota, Arauco y Tirúa estaban devastados. Isla Mocha fue arrasada con olas que superaron los 15 metros de altura. De a poco, con los militares en la calle, todo se fue ordenando. Con filas en los supermercados aún de pie, comprando de a diez productos y con la gente ya volviendo a sus hogares. Ahora la tierra se movía 5,8 y para el penquista no significaba nada. Todo lo que se perdió materialmente, no parecía importante. Sólo se trataba de estar vivo y dar gracias por ello.

Ponerse de pie

Marzo fue la época del “Chile ayuda a Chile”, liderado por Don Francisco, que reunió más de 30 mil millones de pesos para levantar nuevas viviendas. Desde distintas ciudades menos afectadas y hasta de otros países llegaron cajas con víveres, muchas con marcas comerciales que jamás habíamos visto acá. Hubo conciertos benéficos como el “Argentina abraza a Chile” y figuras como Fernando González se sumaron a los voluntarios que retiraron escombros y levantaron casas en la zona. Fueron días de solidaridad verdadera, de pensar en el de al lado como si se tratara realmente de un nosotros.

Sebastián Piñera comenzó sus cuatro años de mandato sucediendo a Michelle Bachelet aquel 11 de marzo, con réplica incluida. De inmediato, estimó las pérdidas económicas en 30 mil millones de dólares. El 2013, la Universidad de Berkeley publicó un primer informe sobre la reconstrucción en Chile y, tres años después del terremoto, ya se había restablecido un 65 por ciento de las familias afectadas. Un 84 por ciento de las casas ya habían, al menos, iniciado sus obras de construcción. Se vio lento, pero desde afuera aseguran que fue más rápido de lo habitual. Sobre todo, porque gran parte de lo reconstruido fue en el mismo lugar.

La Zona Cero sigue estando ahí y un cuestionado memorial recuerda a las víctimas cerca de un teatro que por entonces no existía. Dos puentes funcionan normalmente y el otro ha costado repararlo. Algunos cuentan anécdotas, otros siguen extrañando a los suyos. Algunos maldicen a la tierra, otras la perdonaron, aunque siguen tristes. Eso no se borra. El vecino de al lado volvió a ser una persona sin nombre, la vida es como el suelo y se quiebra sin dar aviso.

Etiquetas