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Altidoro Garrido, el héroe de Dichato: las tres vidas del “Bombero Loco”

Montando su querido caballo “Tata”, este ex voluntario se convirtió en uno de los rostros más reconocidos del 27/F, tras rescatar a 26 personas en el balneario tomecino. El destino también lo hizo protagonista indirecto del accidente donde falleció su amigo, Felipe Camiroaga.

Por: Samuel Esparza 23 de Febrero 2020
Fotografía: Raphael Sierra P.

Don Altidoro Garrido (71) todavía no olvida y está seguro de que nunca olvidará. Ni a esos dos niños que se le escaparon en un auto arrastrado por el tsunami, pero tampoco a esas 26 personas (aunque cree que fueron muchos más) a quienes sí logró salvar la madrugada del 27/F. Una década después del día que lo marcó para siempre, el “Bombero Loco” -como le gusta que lo llamen- dice que todavía anda a “media vida”.

Con el paso de los años, asegura que en su mente ha ordenado todos los hechos de ese suceso. “Primero, sólo recuerdo gritos y oscuridad, una noche negra. Al rato, se sintió el ruido del mar muy fuerte y después la sonajera de tablas con gritos de gente. Ahí le dije a mi vieja que el mar se estaba saliendo, pero que nos quedáramos ahí nomás con las hijas porque, como vivíamos en altura, el agua no llegaría. Pero vieron a la gente correr al cerro y me dejaron solo”, parte diciendo.

Fue el hecho de saber que su familia estaba segura y los gritos de desesperación que escuchaba cerro abajo, lo que propició su accionar heroico durante la catástrofe. “No lo pensé, agarré a mi caballo ‘Tata’ y bajé nomás, quería ver si se podía hacer algo. De repente sentí las piernas heladas, yo pensando que era el viento, cuando, de repente, el agua me levanta con caballo y todo, quedé hasta el cuello. Lo primero que se me cruzó fue un jeep que llevaba dos niños que se asomaban por la ventana, me acerqué lo que más pude, pero una casa que venía con la corriente le pegó al caballo y cuando nos paramos, el auto se me alejó y la corriente lo chupó”. Dice que ese episodio aún le duele, “tuve otros casos tristes, pero eran adultos, con estos niñitos fue distinto, porque tenían caritas de ángel y alcanzaron a gritar ‘Tatita’ antes que desaparecieran en el agua; eso no se me va a borrar nunca”, recuerda con voz entrecortada.

A los primeros que salvó fueron dos hombres que apretó contra el caballo para sacarlos del agua, después se sumó una señora y, de ahí, se sucedieron las vidas auxiliadas hasta que salió el sol. Varias veces estuvo a punto de ser llevado por la corriente, pero siempre consiguió salir, “hubo muchos momentos sin esperanza, pero mi caballo era bueno y cuando el agua nos cubría, parecíamos uno sólo nadando. Siempre digo que no soy héroe, pero tampoco me acuerdo de tener miedo, había que hacer las cosas nomás”, sostiene.

Asevera que de todos lo que socorrió, sólo uno volvió a darle las gracias. “Fue justo un año después, venía del norte y le costó dar conmigo. Cuando por fin me encontró, se me vino encima y yo pensé que me quería pegar, así es que me puse en guardia nomás, pero quería darme un abrazo, estaba agradecido el hombre, me dijo hartas palabras lindas y quedé como en una nube”, afirma.

De aquello, sin embargo, no hubo mucho, porque si bien al inicio todos se acercaban para conocerlo, con el tiempo la ingratitud fue la constante. “No quise meterme en política ni tampoco en marchas y desórdenes, eso le molestó a la gente. Entonces, después el ‘Bomberito Loco’ ya no había salvado a tantos, eran 15, 10 y después bajaron a siete, pero sabiendo yo la verdad me basta”, dice.

Aunque lo que más le dolió, reconoce, fue cuando murió su querido “Tatita”. “Yo estaba en el hospital, vine al tiro y me encontré con que los vecinos llegaban para ver si podían sacar carne de ese santo, querían que lo faenara, imagínese la locura”. Lo más rápido que pudo se consiguió una retroexcavadora y lo enterró afuera de la casa, tapado en un manto y con flores rojas. Todavía lo siente. “Los primeros días me quedaba a dormir afuera con él, no me movían. Ahora le hablo, conversamos harto, el 27 le voy a prender velas y recordar todas las cosas que hicimos juntos”.

Esquivando la muerte, otra vez

Entre todos los que llegaron a conocerlo se contaron varios canales de televisión y, entre ellos, la simbólica figura de Felipe Camiroaga, del que se haría cercano. “Me llevó a Santiago, a varias partes bonitas que me mostraba con mucho cariño, como un hijo con su padre”. Con el ex animador, también, guarda una increíble anécdota.

“Me vino a buscar tres días antes días de morir, quería que lo acompañara a la Isla Juan Fernández, donde pondría la primera piedra de una población que tendría una calle llamada “Bombero Loco”. Vinieron todos los que estuvieron en el avión que se cayó, me dijeron que querían llevarme y les dije que no podía ir al tiro, que me dieran unos días, porque tenía que vender una leña. Era mentira, no sé por qué lo hice. Ahí Felipe me dijo que no me preocupara por plata, que me pasaría tres ‘milloncitos’ para dejarle a mi señora y otro ‘palito’ para el camino. Pero no hubo caso, no me entusiasmé y quedamos en que una persona me vendría a buscar en tres días y nos juntaríamos allá. Llegó el día, estaba lavadito y listo esperando el auto, cuando mi hija me gritó que en la tele decían que el avión estaba perdido; no lo podía creer. Fue otra oportunidad más que Dios me dio para vivir, seguro que algo más tengo qué hacer en este mundo”.

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