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Vidas Que Inspiran: “Mi nombre es Abraham…”

A uno no le enseñan a vivir de nuevo, pero uno tiene que arreglárselas solo. Después me puse a pololear, trabajaba en lo que salía e intenté salir adelante.

Por: Diario Concepción 10 de Noviembre 2018
Fotografía: Diario Concepción

Nací en Chillán, hijo de madre soltera y un hermano mayor. Mi mamá trabajaba como nana, y a veces le pedían que se quedara en la noche cuando tenían “carrete”. Tenía que cuidar a dos niños de mi edad. Con mi hermano nos quedábamos solos, él se iba al liceo y yo a la escuela. Me gustaba ir, no me iba mal. Al contrario, me iba bien para el poco tiempo que permanecía sentado, era inquieto, me gustaba bromear a las niñas, pelear con los niños, era grosero y tenía 8 años. Tenía cansada a la profesora, al inspector y hasta el director me retaba y castigaba. Ni siquiera podían llamar a mi apoderado, porque mi mamá estaba trabajando.

Hasta que un día me dijeron que el viernes no había clases, me extrañó porque me lo dijeron varias veces. Ese día igual me despertaron, les dije que no tenía clases, que vieran la comunicación, no me creyeron y tuve que levantarme e igual fui al colegio. Cuando estaba a una cuadra, vi a mi curso subiendo a una micro. Iban de paseo. No supe qué pensar, me dio rabia, les grité que me esperaran, pero la profesora hizo que subieran rápido, yo corrí y el bus partió como si lo siguieran los “pacos”. Agarré piedras y se las tiré, tenía rabia y pena, recuerdo que lloré de rabia.

Como las piedras no le dieron, ataqué los vidrios de la escuela. Salió el director y me dijo que todo esto era por mi culpa, por ser tan desordenado. Llamó a los “pacos” y me llevaron a la comisaría, estuve dos horas y luego me llevaron en furgón a mi casa. Como no había nadie me dejaron con la vecina, pero al rato escapé y anduve vagando. Me empezó a gustar la calle y tomé distancia a la escuela. Era desordenado y rebelde, después comencé a tomar, a probar drogas, a robar, hasta que me acostumbré y pensé que era parte de la vida. Estuve detenido y luego me condenaron. Tenía muchas causas y en total estuve siete años encerrado. Entré niño y salí adulto. Al salir todo era extraño. La ciudad era distinta, mi barrio lo habían erradicado. A uno no le enseñan a vivir de nuevo, pero uno tiene que arreglárselas solo. Después me puse a pololear, trabajaba en lo que salía e intenté salir adelante. Todavía lo estoy intentando; a los veintisiete años tengo que cambiar, antes que se me pase la micro de nuevo.

Este relato pone en evidencia la importancia del rol de la escuela en la prevención y abordaje de las primeras incivilidades de niños/as con bajo apoyo familiar, para abordar oportunamente desajustes conductuales que suele llevarlos a infringir la ley. Prevenir, es actuar a tiempo sobre las causas; intervenir sobre los efectos del comportamiento adolescente, es tarde.

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