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Siete décadas de sindicalismo en la Compañía Siderúrgica Huachipato

Las siete décadas del sindicalismo de Huachipato no pueden, como sostiene Ayala, ser comprendidas al margen de las estrategias de desarrollo promovidas por las élites, ni de las rupturas institucionales habidas durante este tiempo.

Por: Diario Concepción 12 de Julio 2016
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Las siete décadas del sindicalismo de Huachipato no pueden, como sostiene Ayala, ser comprendidas al margen de las estrategias de desarrollo promovidas por las élites, ni de las rupturas institucionales habidas durante este tiempo.
 

Rodolfo Fortunatti 
Doctor en Sociología

El pasado martes 3 de mayo se cumplieron 70 años desde la fundación de la Compañía de Acero del Pacífico. La sociedad anónima se formó en 1946 por iniciativa de la Corporación de Fomento de la Producción, que aportó el 33 por ciento de los 15 millones de dólares del capital social original. El resto lo proveyeron particulares, socios mayoritarios del proyecto por voluntad del gobierno y de una estrategia de desarrollo liderada por el Estado. 

La CAP fue una de las grandes obras del siglo xx chileno que consiguió vencer las seculares resistencias a la industrialización. Fue la empresa mixta encargada de construir la siderúrgica de Huachipato, nombre que toma del lugar en que fue emplazada: trampa para patos. El alto horno de la planta fue encendido el 1° de junio de 1950 iluminando la Bahía de San Vicente y, desde ahí, el nacimiento de una nueva conciencia laboral de la que sigue dando cuenta la narrativa histórica. 

La semana pasada., Jorge Ayala Córdova, sociólogo de la Universidad de Concepción, presentó el libro Historia del movimiento sindical de Huachipato, 1970-2013. La obra busca explicar las conexiones observables a lo largo de décadas entre las acciones emprendidas por los sindicatos del acero y las motivaciones ideológicas y normativas de sus dirigentes. 

Las siete décadas del sindicalismo de Huachipato no pueden, como sostiene Ayala, ser comprendidas al margen de las estrategias de desarrollo promovidas por las élites, ni de las rupturas institucionales habidas durante este tiempo. Moldeada por este contexto es que surge y se desarrolla la conciencia del movimiento, y son estas condiciones las que perfilan su trayectoria y explican los ajustes tácticos que debieron hacer sus dirigentes frente a cada coyuntura.

Modelo emblemático

Pero son los primeros 25 años los que determinan la fisonomía y el temple de aquel sindicalismo. Es ese tipo de conciencia social que, a mediados de los años sesenta, nos descubrieron Alain Touraine, Torcuato Di Tella, Lucien Brams y Jean-Daniel Reynaud en Sindicato y Comunidad. 

¿Qué vieron los sociólogos? Vieron una empresa gestionada por gerentes que seguían estrictas reglas de cálculo y de administración racional. Distantes, por lo mismo, del modo de ser aristocrático, aquel del patrón de fundo recién llegado a los negocios urbanos y propenso a reproducir las relaciones de servidumbre e inquilinaje. 

Advirtieron que en Huachipato las funciones están diversificadas y la organización del trabajo es compleja. La autoridad es funcional, el trabajo racionalizado, los salarios elevados, y las oportunidades de promoción más amplias que en resto de la región. Los obreros calificados son quienes se ponen a la vanguardia de la lucha sindical. Creen en el progreso y se sienten parte de una nueva generación de dirigentes comprometidos con la modernización, el desarrollo de la industria y el crecimiento de la economía nacional. 

No están motivados por la ruptura con la sociedad que los acoge. Tampoco la suya pretende ser la personificación del sujeto histórico de la revolución. Ellos se sienten compelidos por la modernidad a proyectarse hacia adelante, a fijar nuevas expectativas de bienestar, y a satisfacer las reivindicaciones de sus representados. 

Aquí, la movilidad y el ascenso social son aspiraciones que los líderes del movimiento deben traducir en pactos eficaces. En este sentido, son tributarios de un movimiento ideológico, pero no de un movimiento de clase. No obstante, cualquiera sea su adscripción política, saben que el poder pertenece a fuerzas tradicionales, y tendrán ocasión de confirmarlo.

Conservarán este pragmatismo durante el gobierno de la Unidad Popular, cuando el 98 por ciento de las acciones de la CAP pasen a ser propiedad del Estado, y cuando todas las organizaciones gremiales de Huachipato concurran a la formación de un único sindicato. 

Aplicarán este sentido de realidad en las postrimerías de la dictadura, cuando la compañía sea privatizada y genere una pérdida neta para el fisco superior a los 706 millones de dólares. Más todavía, serán los trabajadores —por la vía de lo que entonces se conoció como capitalismo popular— los que, al aprovechar la opción de compra de un 3 por ciento de las acciones, despojarán al Estado de su condición de socio mayoritario y, sobre todo, de garante del bien común. Quizá esta sea la última acción colectiva del sindicato. 

Privatización

La privatización no sólo traerá la fragmentación de la representación sindical, sino la ruptura entre la antigua organización del trabajo industrial , y la precarización del trabajo y la desprotección social inherentes a la sociedad del riesgo que hoy padecen miles de subcontratados. 

Unir tales intereses en un cuerpo común de ideas, no es algo que pase por las clásicas corrientes teóricas. Exige de una clase dirigente capaz de entender la creciente globalización de la empresa y su fuerte control sobre el trabajo asociado, del que sólo el cuadro de mando integral, o balanced scorecard, una metodología de organización que actúa simultáneamente sobre indicadores financieros, de clientes, de procesos internos y de formación y crecimiento.

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