Siria: el conflicto interminable que no aprende de los errores del pasado

15 de Abril 2018 | Publicado por: Daniela Salgado
Fotografía: La Tercera.

Constanza Fernández Danceanu
Abogada y Analista Internacional

La anticuada composición del Consejo de Seguridad de la ONU ha complicado aún más el escenario ya complejo que se vive en Siria. Las ansias de poder de distintos actores han demostrado ser más valiosas que la vida humana. Pero esta no es la primera vez, ni será la última, en que presenciamos tragedias de esta magnitud.

En la década de los 90’s se hizo muy conocido un graffiti que decía “UN: United Nothing”, haciendo referencia a la inoperancia de la ONU (United Nations en inglés). Se puede traducir como ‘unidos por nada’. El contexto fue el genocidio que tuvo lugar en Srebrenica, en Bosnia y Herzegovina, en el marco de la guerra de separación de Yugoslavia. Cascos azules de Naciones Unidas, aquellos llamados a proteger a la población civil, se encontraban en la ciudad bosnia “protegiendo” a la población musulmana cuando el exterminio masivo sucedió. Ocho mil niños y hombres fueron asesinados. La falta de acción de la ONU nunca fue perdonada por las miles de mujeres que perdieron a sus padres, maridos e hijos.

Más de veinte años han pasado desde aquel desgarrador momento. Más de veinte años, y nuevamente estamos presenciando genocidio en el contexto de una guerra. Más de veinte años y aún Naciones Unidas no tiene el poder de intervenir para salvar la vida de miles de inocentes que están siendo asesinados.

La guerra en las redes sociales

La situación actual en Siria es tal vez peor que lo que se vivió en los Balcanes. No ha habido intento alguno por esconder las tragedias. Tenemos la posibilidad de ver a diario lo que sucede gracias a las redes sociales. Pero las imágenes de personas asesinadas o heridas, de ciudades destrozadas, o de calles con ríos de sangre ya no nos impresionan. Cada uno o dos años hay una imagen que nos mueve. Como la del pequeño Alan Kurdi encontrado muerto en la costa de Turquía en 2015, o la de Omran Daqneesh, que sobrevivió un ataque aéreo en Aleppo en 2016. Un niño muerto en la playa de un lugar turístico, o un pequeño ensangrentado con la mirada perdida sin entender que pasa a su alrededor nos toca. Y muchos alzan la voz. Por cinco minutos. Pero la guerra continúa.

Guerra de proxis

El gran problema en Siria es la innumerable cantidad de actores. Esta no es la típica guerra de un bando contra otro. Ni siquiera responde al imaginario colectivo del bien contra el mal, o de occidente contra oriente. Esta vez todo es más complejo.

Los enfrentamientos comenzaron con un grupo de rebeldes que se oponían al régimen dictatorial de Bashar al-Assad, los que fueron reprimidos por un gobierno dispuesto a mantenerse en el poder a cualquier costo. Pero a esto hay que sumar el violento apoderamiento de territorio por parte de Daesh, el autodenominado Estado Islámico; el ancestral confrontamiento entre chiítas y sunitas, las dos principales ramas del Islam; la necesidad de control sobre la región que mantiene en constante oposición a Irán con Arabia Saudita por un lado, y con Israel por el otro; los enfrentamientos políticos libaneses de Hezbolá y el Movimiento del Futuro; la ofensiva de Turquía cuyo objetivo es detener a las fuerzas kurdas y mostrar su poderío militar para establecerse como potencia, y mantener en el poder a su presidente, el islamista y conservador Recep Tayyip Erdoğan; y, como si esto no fuera suficiente, la reminiscencia de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Federación Rusa.

El uso de armas químicas

Este es el punto más delicado estos días. Ya vivimos hace exactamente un año un enfrentamiento similar entre estadounidenses y rusos. El uso de armas químicas contra la población civil nos tuvo en alerta, ya que incluso se llegó a hablar de la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial, que se iniciaría si alguna de las dos potencias abriera fuegos. La situación en aquel momento se calmó, principalmente porque no es del interés de ninguno de los dos gobiernos comenzar una guerra, de hecho, ninguno siquiera podría explicar las razones para justificarla. Y aunque este razonamiento sigue siendo cierto hoy, frente a un nuevo uso de armas químicas contra la población siria, no podemos olvidar que a la cabeza de EE.UU. y Rusia se encuentran dos personajes cuya personalidad les impide velar por el bien común por sobre sus propios intereses y deseos.

Donald Trump señaló –por Twitter, por supuesto– que su país estaría preparando un ataque a Siria, el que podría ser “muy pronto, o no muy pronto”. El Parlamento ruso por su parte, inmediatamente señaló que un ataque estadounidense sería calificado como un crimen de guerra, y la Directora de Prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores, María Zakharova, cuestionó las intenciones de Trump, desarrollando una teoría que señala que con un bombardeo lo que buscaría EE.UU. sería eliminar evidencia de la utilización de armas químicas, ya que su gobierno sostiene que su uso ha sido un montaje por parte de occidente. Trump continuó con su verborrea digital con una amenaza directa: “Prepárate Rusia, porque los misiles van, y serán bonitos, nuevos e inteligentes”.

Y llegaron. Ayer, 14 de abril, una alianza entre Estados Unidos, Reino Unido y Francia bombardeó ‘puntos estratégicos de Siria’, incluyendo la capital del país, Damasco. La Unión Europea respaldó los ataques. Pero sorpresivamente Rusia ha calmado el ambiente. En una declaración que pocos esperábamos, ha sostenido que el accionar de Trump, May y Macron atenta contra las normas y principios del Derecho Internacional y que Rusia llamará a una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad para discutir las agresiones de EE.UU. y sus aliados.

El rol de Naciones Unidas

El Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, junto con manifestar su indignación por el continuado uso de armas químicas, lamentó que el Consejo de Seguridad hasta ahora haya sido incapaz de alcanzar un acuerdo sobre este tema. Este Consejo tiene la responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales. Para que pudiera cumplir con este objetivo al momento de su creación se decidió que tendría una composición que es difícil entender hoy sin su contexto histórico. La Organización fue creada en 1945, al fin de la Segunda Guerra Mundial. En esa instancia se creyó que las potencias ganadoras de la guerra debían tener una presencia permanente en el órgano que mantendría la paz. Así, se decidió que el Consejo de Seguridad se conformaría con 15 miembros: 10 que se alternarían, manteniendo su membresía por 2 años, y 5 que serían permanentes (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China y la Federación Rusa –continuadora legal de la URSS).

Pero su asiento estable no es todo. Estos 5 miembros tienen lo que se conoce como Derecho a Veto. Esto significa que si alguno de ellos se opone a una resolución, esta no se aprueba. Normalmente para adoptar una decisión del Consejo se necesitan 9 de 15 votos, pero debe incluirse el voto favorable (o al menos una abstención) de los 5 permanentes. Esto se traduce, en la práctica, en que una resolución podría ser votada 14 contra 1 y no adoptarse si quien se opuso es de los 5. Este derecho ha sido utilizado por todos los miembros permanentes en algún momento.

Desde que comenzó la guerra en Siria en 2011, una serie de resoluciones han sido aprobadas por el Consejo, principalmente llamando a las partes a permitir el acceso de ayuda humanitaria, decretando un alto al fuego temporal, y estableciendo una Misión de Determinación de los Hechos de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas. Sin perjuicio de ello, 7 resoluciones presentadas al órgano han sido vetadas por China, Rusia, o ambas.

Esto nos lleva a reflexionar sobre una eventual reforma al Consejo de Seguridad. El mundo necesita un organismo imparcial que pueda reaccionar ante crisis de la magnitud de la que estamos presenciando hoy en día. Y que sea uno que no esté condicionado por la situación política que existió hace más de 70 años. No hay explicación lógica alguna que justifique que Reino Unido o Francia mantengan su voto, pero que no lo tengan potencias como Alemania, India o Australia. No hay lógica tampoco detrás de la falta de representación geográfica, dejando a Sudamérica, África y Oceanía fuera del juego. El problema radica en la forma en que se estableció una eventual reforma a la Carta de Naciones Unidas, documento que creó a la Organización y a todos sus órganos principales. Cualquier modificación puede hacerse mediante una decisión de la Asamblea General adoptada por dos tercios de sus miembros, incluyendo a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Esto quiere decir que si alguno de los miembros permanentes se opone, no hay modificación.

Si analizamos la desafección por la vida humana que las ansias de poder han demostrado en Siria, nos queda claro que ninguno de los 5 miembros permanentes estará dispuesto a renunciar a su poder para hacer de este mundo uno más justo. Así que no nos queda más que esperar que la guerra en Siria no continúe cobrado vidas mientras los 5 continúan haciendo nada, como indicaba el graffiti de Srebrenica.