Cuando las palabras hieren: la deshumanización en el discurso político

18 de Octubre 2025 | Publicado por: Diario Concepción
Fotografía: Cedida

Dra. Aída Mena Olivares
Presidenta de la Coordinadora Internacional de Mujeres Chilenas en la Región Exterior

Cuando un dirigente llama “parásitos” a los funcionarios públicos, no está haciendo una crítica sobre eficiencia o gestión: está despojando de humanidad a un grupo completo de personas. Desde la psicología, este tipo de lenguaje no solo comunica desprecio; reproduce un proceso de deshumanización, donde el otro deja de ser sujeto y pasa a ser un objeto indeseable, un peso social, un enemigo interno.


El término “parásito” no describe conductas, sino que anula identidades. En un solo gesto verbal, convierte a trabajadores y trabajadoras del Estado —que sostienen hospitales, escuelas, servicios sociales— en una masa indigna, prescindible.

El poder de la palabra radica justamente en eso: puede construir realidad o destruirla.


En momentos de descontento colectivo, los discursos que degradan al otro actúan como válvulas emocionales: canalizan rabia, frustración o miedo hacia un grupo visible.

Es una forma de cohesión a través del odio. Se genera así una sensación de “pureza” moral en quienes comparten la ofensa, mientras se legitima la exclusión de quienes son señalados.


Pero detrás de cada funcionario hay una historia, una familia, una vocación de servicio.

Reducirlos a un insulto no solo afecta su autoestima, sino que erosiona la confianza en las instituciones y en la idea misma de comunidad.


El desprecio, cuando se normaliza, se transforma en violencia simbólica. En el lenguaje se revela el modelo de sociedad que se promueve.

Llamar “parásito” al trabajador público, es decir, en el fondo, que solo tiene valor quien produce riqueza inmediata. Es negar el rol social, educativo y humano del Estado.


Y en esa negación se pierde algo más que el respeto: se pierde la posibilidad de convivir en un país que se reconozca a sí mismo como comunidad solidaria.

La crítica política es legítima, incluso necesaria. Pero cuando el lenguaje cruza la frontera del respeto, deja de ser argumento y se convierte en agresión.


Como psicóloga, creo que la palabra puede sanar o herir; puede abrir diálogo o sembrar odio.

La responsabilidad ética de quien tiene voz pública es recordar que la dignidad humana nunca se discute, se respeta.