Bernardo O’Higgins, de provinciano a líder americano

21 de Agosto 2021 | Publicado por: Diario Concepción
Fotografía: Cedida

Aunque debió pagar por ello un alto costo personal, en términos afectivos y económicos, jamás se arrepentió y siguió pensando en Chile hasta el final. Por eso y por tantas otras razones, merece ser recordado como el Padre de la Patria.

Armando Cartes Montory

Un debate permanente, entre los historiadores, es la importancia del hombre, del sujeto individual, en el desarrollo de los acontecimientos históricos. Sostienen unos que el individuo es, cuando más, el mero encauzador de poderosas fuerzas subyacentes, que de todas maneras están destinadas a expresarse. Otros, en cambio, sitúan en el sujeto, el “héroe”, con sus pasiones y sus circunstancias, el eje de la Historia.

Cualquiera sea nuestra opinión, resulta muy difícil concebir la emancipación chilena sin la figura de Bernardo O’Higgins. Su accionar público, con la espada del soldado o el cetro del gobernante, se proyecta potente sobre los años fundacionales de la República. Se inicia en las postrimerías de la Colonia y no terminará sino cuando Chile alcanza su plena independencia.

En la cátedra de Francisco de Miranda, en Londres, y luego en Cádiz, donde se formaron las primeras logias lautarinas, adquirió su compromiso irreductible de trabajar por la emancipación americana.

Pero también en Concepción. La ciudad era puerto y allí llegaban los barcos norteamericanos, trayendo a los balleneros, y con ellos a cientos a hombres que creían en la república y los ideales liberales y que eran un ejemplo vivo de la prosperidad que logra un pueblo libre. Entre los que pasaron largas temporadas en Concepción, recordemos a Procopio Pollock, que mantuvo una Gaceta, y a Mateo Arnoldo Hoevel, introductor de la primera imprenta en Chile. Aquí se imbuyó el prócer de sus ideales revolucionarios; tradujo y repartió la constitución norteamericana, y tomó una opción inicial por el federalismo. O’Higgins fue el gran promotor del

Primer Congreso, a la manera norteamericana. Con los años, iría cambiando su visión liberal, para acercarse más al autoritarismo ilustrado de su padre.

Fue un hombre de una cultura superior a su tiempo. Tocaba piano y pintaba con maestría. En un país donde pocos todavía podían leer o escribir, el prócer dominaba el inglés y el francés. Su esmerada educación en el extranjero jamás le llevó a desdeñar la cultura originaria. Hablaba el mapudungu. Lo aprendió en el Colegio de Naturales de Chillán, y con nanas mapuches; lo hablaba con los pehuenches en Las Canteras. El dominio de la lengua de la tierra fue clave en su acción estratégica en la frontera.

Durante los años finales de la Colonia, O’Higgins, residente en Canteras, se movía habitualmente entre Chillán, donde tenía casa y residía su madre y hermana; y Concepción, allí frecuentaba las tertulias revolucionarias penquistas y los clanes patriotas de Rozas y de los Prieto Vial, donde se relaciona con los mayores líderes de la emancipación y la temprana república. Su acción política se extiende por toda la provincia: fue subdelegado del Laja, alcalde y regidor de Chillán en 1805. Y luego, en plena revolución, renunció a la vara de alcalde de Los Ángeles, para asumir como diputado de ese partido en 1811; fue Intendente de Concepción en 1814, en el momento más complejo de la Revolución.

De manera que tuvo una extensa vida política antes de asumir la Dirección Suprema del Estado.

Fueron los suyos tiempos difíciles, una época de profundos cambios, en que se rompe el orden social hispánico y comienzan a expresarse nuevas fuerzas. En ese contexto, destaca Julio Heise, O’Higgins “fue capaz de encauzar el torrente de irracionalidad que necesariamente debió producir la ruptura violenta de la tradición colonial”. Aunque debió pagar por ello un alto costo personal, en términos afectivos y económicos, jamás se arrepentió y siguió pensando en Chile hasta el final. Por eso y por tantas otras razones, merece ser recordado como el Padre de la Patria.