Superar el pasado

17 de Octubre 2018 | Publicado por: Diario Concepción
Fotografía: Cedida

Cristián Medina Valverde
Académico Instituto de Historia,
Facultad de Derecho y Gobierno Universidad San Sebastián

Las investigaciones sobre la memoria distinguen dos formas en las que el presente y el pasado dialogan entre sí. La primera señala que quien recuerda convierte al pasado en un elemento que afirma su presente. La segunda, por su parte, otorga a las experiencias del pasado una carga tal -miedo, culpa, mito, leyenda, etc.- que impide o dificulta las orientaciones del presente. Es lo que se conoce como la política del pasado (Vergangenheitspolitik).

Un muy buen ejemplo de cómo procesar y superar el pasado (Vergangenheitsbewältigung) lo encontramos para el caso de la Alemania postcomunista, donde se establecieron mecanismos y formar para analizarlo (Geschichtsaufarbeitung) para dar paso al duelo (Trauerarbeit).

Esto era algo que ya habían hecho luego del nazismo con el juicio de Nuremberg (Nürnberger Prozesse) y la desnazificación, así que post 1989 se abordó de inmediato el tratamiento del pasado comunista, algo que los alemanes del Este y del Oeste hicieron mediante su unión voluntaria (Anchluss).

Un primer paso fue la apertura de prácticamente todos los archivos de la antigua Alemania Oriental, incluidos los expedientes de la Stasi (Ministerium für Staatssicherheit), que contenía informes de más de seis millones de personas, cuatro del Este y dos del Oeste.

En Alemania del Este, según cifras de la comisión encargada de disolver el Servicio de Seguridad del Estado, al menos uno de cada cien ciudadanos de la República Democrática Alemana (RDA) era funcionario o colaborador de los organismos de seguridad política. Esto obligó entonces a comprobar los antecedentes de quienes fueron elegidos en los comicios de marzo de 1990 para garantizar que no habían tenido ningún lazo con la Stasi.

Las medidas más audaces para enfrentar el pasado las exigieron los propios ciudadanos germano orientales, cuya inquina era comprensible. En Alemania se buscó juzgar y condenar, para conceder cierta justicia a las víctimas. Se asumió, además, la complejidad de procesar a sujetos por delitos que no lo eran de acuerdo a las leyes de esa época. Incluso la fiscalía alemana para evitar el principio nulla poena sine lege, cuando fue posible, tuvo que identificar delitos contemplados en el orden jurídico germano oriental vigente o en su defecto invocar el “derecho natural”.

Esto no fue óbice para que juicios contra ex líderes del Partido Socialista Unificado de Alemania (Sozialistische Einheitspartei Deutschlands – SED) fueran desechados en consideración a su estado de salud, como fueron los casos de Willi Stoph, Erich Mielke y el propio Erich Honecker, que vivió sus últimos años en Chile.

Una segunda medida fue la creación en 1992 de la Comisión de Investigación en el Bundestag alemán para el Tratamiento del Pasado y las Consecuencias de la Dictadura del SED en Alemania (Enquete-Kommission ‘Aufarbeitung von Geschichte und Folgen des SED-Diktatur in Deutschaland’). Luego, en 1995, la Comisión de Investigación sobre la Superación de las Consecuencias de la Dictadura del SED en el Proceso de la Unificación Alemana (Enquete-Kommission ’Uberwindung der Folgen des SED-Diktatur im Prozeß der deutschen Einheit’).

La restauración completa de la soberanía de Alemania supuso entonces una reflexión profunda en torno al pasado comunista (Erinnerungspolitik) en que se vieron, como sostiene Helmut Dubiel “(…) confrontados con la cuadratura del círculo, con la paradójica tarea de acoplar una sociedad profundamente antidemocrática en un sistema político que, como, sistema democrático, no podía dejar de lado las convicciones de sus ciudadanos”.

El tratamiento sistemático y amplio de ese pasado reciente en Alemania fue posible gracias a la capacidad de introspección, de autocrítica seria, de la existencia de una prensa libre, y de una gran escuela de historia contemporánea.

En este aspecto, y como apunta Bernd Giesen, la legitimidad democrática se alimentó de una reflexión colectiva de la propia culpa como nuevo patrón de formación de la identidad nacional. De este modo las generaciones pasadas y futuras se integraron simbólicamente en un acto democrático colectivo fundacional que aseguró su futuro en la medida que las injusticias cometidas en el pasado -y que siguen actuando en el presente- se confiesan, se reconocen, se reparan y se procesan públicamente.