Diario de un viajero que se detiene

29 de Noviembre 2025 | Publicado por: Diario Concepción
Fotografía: Portada Cuaderno de Concepción

Por Antonia Torres Agüero*

Cuaderno de Concepción de Leonardo Sanhueza constituye un texto literario que tematiza, tensiona, documenta y hasta transforma el espacio por vía del lenguaje poético. Ya lo he dicho en otras partes y sé que es una idea algo provocadora para quienes sostienen un discurso regionalista más conservador y esencialista: no creo del todo que el lugar contenga en sí rasgos identitarios homogéneos, puros, estables y fijos. No se trata de contemplarlo detenidamente para identificar los rasgos propios que lo distinguen de los otros. Se trata más bien, creo yo, de experimentarlo para así, en el poema, producirlo estéticamente. Ciertamente hay un mito en el lugar y, como decía Teillier, el poeta es su guardián. Pero no se trata de un guardián celoso y conservador. Es su centinela en la medida en que lo identifica, pero a la vez lo reinterpreta, lo hace emerger y hasta lo “destruye para así conservarlo”. Es decir, debe devastarlo, echarlo abajo, criticarlo para así lograr que este se perpetúe. La poesía, entonces, inventa la identidad de un territorio. Crea un mito que lo funda y, sin mito, no hay territorio. Pero sin crítica del mito tampoco hay literatura. Es lo que hace este libro de Leonardo Sanhueza.

El volumen se emparenta, por cierto, con la tradición de una “poesía situada”, un poco a la manera de Enrique Lihn en París Situación irregular o en A partir de Manhattan. En varios de los textos Sanhueza dialoga con la poética lihneana, la que resuena en el tono y hasta en los arquetipos de un poeta flaneur que vagabundea por medio de una “memoria laberíntica”. En “Galerías de Concepción” (p. 68), el espacio de la galería comercial funcionará como una especie de metáfora de la ciudad ajena en la que el hablante se pierde como un Teseo. Estos singulares y opresivos recintos comerciales aparecen como una red que atrapa, enreda y hasta emborracha de estridencia o consumo al poeta caminante que contempla impávido la fea cara de los restos del mercado ochentero y dictatorial. 


Este hablante no puede organizar el mundo en el topos Concepción, porque allí el mundo está siempre desmoronándose y desapareciendo. El poema “Didascalia” (p. 76) confirma una idea que parece una constante en este libro: la del presente como una representación, una performancia de las cosas que se sostienen apenas por esa frágil “didascalia” que depende, entre otras mediaciones, de la memoria de sus actores. Las cosas están permanentemente desvaneciéndose y hasta la materia comienza a “transparentarse” y “el aire ocupa su lugar” y así todo un inmenso y sólido teatro (en el poema) comienza a desaparecer. Y así también sucedió (en la realidad) con el Teatro Enrique Molina de este topos literario, cuyas imponentes y sobrecogedoras ruinas parecen estar allí hoy para recordarnos no solo la fragilidad del mundo, sino que su caducidad, su vacío y la putrefacción de la materia.  

La recurrencia de la Historia y la atemporalidad de la tragedia es un asunto que Sanhueza elabora con insistencia de distintos modos a lo largo del libro. En el poema “Inmolaciones” (p. 31), por ejemplo, se funden el personaje de un vagabundo que vive bajo cartones en la calle con la del autoinmolado y tristemente célebre Sebastián Acevedo. Figura a estas alturas paradigmática para señalar la tragedia individual de la violencia de la nación que deviene, a modo de protesta, en ruinas, cenizas o restos.


Cuaderno de Concepción viene a sumarse a una larga tradición de una poesía que produce un espacio. Pensar Concepción a través de este libro es un modo de entender el carácter catastrófico de sus sucesivas “fundaciones”; tanto las simbólicas como las reales. Batallas, terremotos, movimientos obreros y sociales, golpe de Estado, dictadura. Poemas que son también un modo de entrar en su historia secreta. 

* Poeta residente 2025 de la Cátedra Gonzalo Rojas de la Universidad de Concepción