Reseña Literaria: “Hebras, nudos e hilachas”

09 de Agosto 2025 | Publicado por: Equipo Digital
Fotografía: Archivo

El libro de Valeria Stuardo, Medea y la cuerda (Cástor y Polux, 2025), recrea distintas formas de entrar a la figura de Medea, desde la versión más conocida, de Eurípides, pasando, a través de epígrafes, por el poema de Pascal Quignard y la versión de Séneca traducida por Unamuno. Pero es más cercano, ya desde su título y su portada, a la versión fílmica del cineasta danés Lars von Trier. 

En el poemario, Stuardo va más allá de la causalidad representada en el mito de Medea: la infidelidad y traición del esposo, Jasón, y el infanticidio y filicidio cometido por la mujer. En él, Medea es el nudo que ata todas las hebras, la del amor, la del dolor, la de la venganza y la de la muerte. De allí que, como otras figuras griegas, dé lugar a un complejo que lleva su nombre. El “síndrome de Medea” alude al infanticidio vicario, es decir, el equivalente femenino de lo que hoy se llama “violencia vicaria”, que ocurre cuando un hombre se venga del desamor de su expareja asesinando a los hijos de esta para causarle dolor extremo. 

En la película de von Trier, la imagen de la escena crucial es desoladora: dos niños penden de cuerdas atadas a un árbol. El mayor se convierte en cómplice o prácticamente asesino de su pequeño hermano, y sujeto agente en su propia muerte. Puede decirse que mientras Eurípides da forma sobre todo a un personaje despiadado, von Trier recrea una Medea silenciosa, más profunda y oscura en sus maquinaciones y en la puesta en escena de su venganza.  


La poeta Stuardo ha elegido situarse en ese nudo dramático, tal vez intentando auscultar el alma de Medea, o tal vez porque cree que una vez allí las mujeres  podemos encontrar nuestras hebras en la cuerda del dolor. Como sea, escoger el lugar del nudo es una empresa difícil; allí se unen dolor, amor y violencia; es el nudo de la pasión, de lo irracional. Esto explica, pienso, que el poemario despliegue una poesía llena de silencios, de frases a medias, de breves soliloquios, de semejanzas fónicas y de imágenes que ponen en escena el teatro de un dolor inexpresable desde una lógica narrativa. También este rasgo entronca con el estilo del poema del libro Albricias de Soledad Fariña, que alude a la boca y a las hilachas, y que es citado como otro de los epígrafes. 

Los poemas de Stuardo ponen a prueba la capacidad de aunar y tejer las hebras del sentido por parte de los lectores. La primera imagen de la película de von Trier es también la que resuena en el segundo segmento del poemario: Medea y el mar, tendida y mecida por él, como si de la profundidad de sus aguas fuera a sacar su fortaleza. El primer poema del libro, en cambio, remite al ámbito vegetal: “Soy / doy vida / interminables brotes” (p. 9). De esta manera, Stuardo transforma el lúgubre árbol de la muerte en un verde árbol de vida. En efecto, este poemario no traza ningún hilo que conecte afirmativamente con el asesinato de los niños. Se trata, más bien, de explorar los nudos de la maternidad desde la hebra del autodescubrimiento de la mujer llegada a ese momento crucial. El cuerpo desde donde la vida brota es también el cuerpo del extrañamiento y del dolor, hasta que la mujer del poema logra reencontrarse consigo misma y apretar el lazo con el hijo. Las imágenes del libro constituyen un viaje hacia lo profundo, que es también mar, meditación y poesía. En el segmento titulado “Yo, cuerda”, el más largo del poemario, una mujer asume su ser madre con un hijo que es y no es su extensión, que es y no es otra vida independiente. Y aunque ninguna parte del libro sea celebratoria, dentro de su densidad semántica se vuelve celebración de la vida.  


Al final, tomar la punta de una cuerda como si esta se nos tendiera para buscar sentidos permite crear, atar y liberar, como la poesía.