Jurassic World: El reino caído

01 de Julio 2018 | Publicado por: Esteban Andaur
Fotografía: Jurassic World

En la quinta entrega de la franquicia de dinosaurios, los humanos aprenden otra vez a no jugar con la genética. Los efectos visuales son geniales y Chris Pratt entrega una notable interpretación.

Una nueva aventura con dinosaurios en el mundo real y actual. Es todo lo que la gente quiere ver: animales prehistóricos en CGI, estrellas en el reparto, elaboradas y emocionantes secuencias de acción. Diversión pueril y eficiente. Nunca está de más. Pero ésta es la quinta vez que Universal Pictures nos ofrece la misma variación sobre un mismo tema. En realidad, ese pedazo de historia del cine que es Jurassic Park (1993) de Steven Spielberg no ha cambiado mucho en las secuelas; es lo mismo una y otra vez, pero con diferentes protagonistas, sets, y énfasis en dinosaurios. En la quinta entrega de la franquicia y segunda parte de una nueva trilogía, Jurassic World: El reino caído (2018), vemos a un grupo de humanos que aprenden de nuevo la lección de no jugar con la tecnología y la naturaleza, o sobrevendrá un desastre de gran envergadura. Si tan sólo los realizadores detrás de estas películas aprendieran por primera vez que deben dejar una franquicia cuando está en su mejor momento. Todo debió haber terminado con El mundo perdido: Jurassic Park (1997); al menos, ésa era la única secuela basada en una novela de Michael Crichton, también dirigida por Spielberg.

Jurassic World: El reino caído comienza con un cataclismo. Los dinosaurios del abandonado parque temático del título, destruido en Jurassic World: Mundo Jurásico (2015), para variar, están a punto de ser extintos, esto es, definitivamente, ya que se avecina una erupción volcánica en Isla Nublar. Es entonces que Owen Grady (Chris Pratt) y Claire Dearing (Bryce Dallas Howard) viajan a la isla, junto a un grupo de científicos, en un plan de rescatar ejemplares de cada espécimen de dinosaurio de la isla, y llevarlos a EE. UU. para intentar preservarlos allá. Pero (¡adivinaste!) todo sale mal y los dinosaurios crean estragos apenas ponen sus ingentes patas en suelo estadounidense.

Pratt y Howard no tienen química. No sé por qué, tal vez verlos en pantalla como una pareja romántica no me convence, a pesar de que sus diálogos sean cómicos y ambos sean actores competentes y encantadores. Pero es un romance artificial. Los realizadores pretenden que pongamos nuestras esperanzas en esta relación sólo para que esta nueva trilogía tenga algo más que ofrecerle al público aparte de dinosaurios digitales; esto es, <<peso emocional>>. Mas nada aquí es profundo, ni realmente preocupado por la ciencia, así que la pretensión romántica es vana.

Pratt pareciera no percatarse de cuánto canaliza su Star-Lord a Grady, quizá porque el guion de Colin Trevorrow y Derek Connolly tiende a caer en chistes adolescentes, clichés anticuados y nula profundidad en sus personajes; por lo tanto, Pratt recurre a lo que sabe hacer mejor, casi como un acto de desesperación; pero funciona, pues su interpretación, aunque no sea muy original, es lo más disfrutable de la película.

A Howard no le dan mucho que hacer. Claire tiene escasos momentos de decisiones independientes, y en los momentos cruciales, recibe consejos o la ayuda física para escapar de algún depredador prehistórico de parte de (¡adivinaste!) Grady, quien sufre un mínimo e inocuo rasguño en el rostro, ¡uno!, en todo el metraje. Si Spielberg hubiese dirigido esto, no sería el caso.

Encima, los escoltan un dúo de millennials de los más disparejos e irritantes que he visto en un filme de aventuras. Una paleoveterinaria (neologismo propio de este universo jurásico) admirable que merecía más tiempo en pantalla, y un nerdo llorón que es el hacker de la misión, y que tiene un miedo irracional a los tiranosaurios. Básicamente, este personaje epitoma al nerdo del público, anticipando la aparición del dinosaurio más temible y carismático de la franquicia. Si Spielberg hubiese dirigido esto, al hacker se lo habrían comido a los pocos minutos de haber cumplido su función informática.

No obstante, Spielberg está aquí como productor ejecutivo, y dejó pasar todo esto. Hay que asumir que está contento con el resultado, y no puedo dejar de estar perplejo ante esta actitud insólita.

El filme está dirigido por J. A. Bayona, director de las excelentes y conmovedoras Lo imposible (2012) y Un monstruo viene a verme (2016), y de seguro que fue elegido para El reino caído debido a su uso dramático de efectos visuales en las dos películas mencionadas, y su habilidad para escenificar desastres.

Su dirección es efectiva en momentos inesperados de melancolía. La erupción del volcán en la isla habría dado para un solo largometraje, por ejemplo; sin embargo, es sólo el primer acto del filme, desperdiciando su potencial de explorar lo que significaría una extinción natural de dinosaurios en el mundo de hoy. Con todo, la erupción se queda en nuestra mirada con el resabio de la tristeza, gracias a la fotografía de Óscar Faura y la música de Michael Giacchino, y son pequeños toques de emocionalidad que Bayona no desaprovecha para comunicar al público lo que de verdad está en su mente. Le confiere a la trilogía de Jurassic World un estilo visual vigoroso y estético, de un estilo que se torna gótico hacia el final.

Y es el tercer acto lo que mejora el visionado de Jurassic World: El reino caído. Lo que había sido absurdo y forzado en los minutos anteriores, lo que había sido nada más que reciclaje de algunas escenas de Jurassic Park y demasiadas de El mundo perdido, pues sigue siendo absurdo, pero encuentra cierta lógica en la cadena de eventos, exagerados, melodramáticos y góticos. Es aquí que se justifican las escenas del villano predecible, y otras sentimentales e incómodas en la mansión lúgubre del socio británico de John Hammond, a quien vemos, apropiadamente, en un cuadro. Es aquí que el verdadero propósito de esta secuela se cristaliza, el cual es establecer el piso sobre el que se sostendrá la tercera parte (por estrenarse quizá en 2021), a través de secuencias de acción dedicadas a entretener y sorprender.

Si El reino caído hubiese sido un filme individual, el desenlace habría bordeado la estupidez. Mas como es un puente entre dos largometrajes, abre varias posibilidades para el cierre de esta trilogía, que está por convertirse, en el mejor de los casos, en una similar a la última de El planeta de los simios, y ojalá alcance la misma calidad.

Cuando Jurassic World: Mundo Jurásico se estrenó, la proclamé como la mejor secuela de la franquicia hasta ese momento. Pensándolo mejor ahora, quizá no lo era, puesto que las anteriores eran más ambiciosas en lo narrativo; pero aquélla ofrecía el espectáculo generoso en humor, acción y momentos de asombro que encontramos en la primera, aunque en un nivel bastante inferior.

Ahora puedo decir que la mejor puede ser ésta. Tampoco quiero decir que está al nivel de Jurassic Park, mas es la secuela que posee más identidad, nos regala imágenes bellas y es entretenidísima. Nótese la emocionante y graciosa escena de la transfusión de sangre al velocirraptor. Pero Jeff Goldblum aparece sólo por escasos minutos y se limita a pronunciar diálogos expositivos. No se juega así con Ian Malcolm.