Caleta Lenga: recolectora de algas mantiene vivo el vínculo con el mar

26 de Noviembre 2025 | Publicado por: Cecilia Bastías
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Labor artesanal focalizada en el pelillo, junto a un emprendimiento de productos congelados, son las ocupaciones que ejerce en medio de un territorio que actualmente está en auge por su gastronomía.

Una de las caletas más cercanas a Concepción es la de Lenga, dónde el viento sopla con bastante intensidad algunos días y donde aún sobreviven actividades de extracción de recursos del mar. Labores que tienen su sello o vínculo especial con la gastronomía, donde cocinerías y restaurantes le han entregado importantes a avances a esta localidad de Hualpén.

Gladys Merino practica actualmente de forma ocasional las labores de orillera de pelillo en Lenga, tiene 47 años y destaca que en su niñez este lugar estaba marcado por la escasez económica, pero hoy está pasando por una época mucho mejor.

Sobre su historia, esta madre de tres hijas comentó que es nacida y criada en la caleta hualpenina y aunque algún tiempo vivió en Puerto Gala, en la Región de Aysén, nunca ha dejado la conexión con ésta.


De su trabajo contó que viene desde muy niña haciéndolo, ya que su padre es pescador artesanal y también ejercía la labor de recolector de algas. Siendo cinco hermanos, dos mujeres las mayores y tres hombres los que les seguían. Para Gladys y su hermana fue natural comenzar a faenar junto a su padre en la extracción del pelillo. “Así nosotros teníamos para poder sobrevivir, para comer. Porque Lenga, no siempre fue así de riqueza, como se ve este lugar, un lugar muy bonito, en su inicio fue de mucha pobreza”, contó.

En cuanto a la rutina para recolectar el pelillo, Gladys comentó que a veces se levantaban a las 6 horas para entrar al mar. “Ahí veíamos cuando venía la baja, y en ese momento ingresábamos al mar con un quiñe, como le llamamos nosotros a una malla. Nos lo cargábamos al hombro y lo sacábamos, o lo sacábamos como abrazado. Después salíamos, siempre haciendo mucha fuerza, porque es pesado. Además, con la ropa abrigada que al mojarse pesa”, describió.


Aproximadamente 12 kilos calcularon Gladys que era cada una de esas mallas que retiraban del mar, después secaban el producto y lo vendían a quienes posteriormente realizaban la exportación. “Por lo que sabemos eso lo utilizan para alimento, es como un espesante, y también en la medicina, para la farmacología”, mencionó.

La actividad económica que ejerce Gladys Merino, actualmente, ha variado de acuerdo con las oportunidades que ha abierto el propio mercado, ya que con la gran presencia de gastronomía en el lugar dónde vive, para ella vender productos congelados ha sido una nueva oportunidad de entrada.


Sin embargo, fiel a sus orígenes, esta alguera encuentra los momentos para acompañar a su padre que continúa en el mismo rubro. “Mi papá sigue activo aún, con setenta y siete años. Sacarlo del mar a él, sería matarlo, porque dice que es su vida el mar. También lo acompaño a la pesca”, detalló.

Hasta la actualidad, ocasionalmente recolecta el pelillo en la orilla. “Nunca me he olvidado del mar. Sirve para desconectarse un poco de todo, muchas veces uno se estresa, pero el estar allá (mar) como que me lleva a la niñez y me hace meditar de cuánta necesidad teníamos en ese tiempo y ahora ver que hay una bendición grande en este lugar. Pienso el esfuerzo que hizo mi papá”, reflexionó.


En un intento por buscar nuevas posibilidades, Gladys contó que intentó abrirse camino en la gastronomía, aprendió sobre el rubro de la cocinería. “Pero me di cuenta de que se me iba a ir toda una vida y no iba a disfrutar nada”, apuntó sobre el tiempo que implica el trabajo en el mundo de la gastronomía, a diferencia de la pesca o recolección de alga en que se planifica de forma independiente.


Para los productos congelados, Gladys detalló que realizó una postulación a un proyecto donde, junto a otra persona de Lenga, cada una logró obtener en comodato un micromódulo o container para procesar, con las normas sanitarias requeridas, productos congelados. “Yo compro el recurso de navajuela, la procesamos, la cocinamos, la lavamos y la envasamos acá”, expuso.

A nivel mundial, el 47 % de las personas trabajadoras en la pesca y acuicultura son mujeres (Solano et al., 2021), de acuerdo con lo publicado por Prodemu en el libro “Género y sustentabilidad: las mujeres en el ámbito de la pesca”, publicado en 2023.


Según la OIT, la pesca permite a las comunidades rurales generar ingresos para lograr la seguridad alimentaria y cubrir necesidades de empleo. A esto se suma que los alimentos pesqueros brindan proteínas y aceites importantes para la nutrición y la seguridad alimentaria. Sin embargo, como diversos rubros alimentarios, el cambio climático y el abuso de los recursos ha afectado la cadena de consumo.

¿Notaron alguna vez diferencias hacia su trabajo siendo mujer?


En la pesca nunca vi una diferencia muy grande, siempre salía a trabajar con mi papá, mi hermano. Ellos siempre como que me trataban de cuidar un poco, pero yo siempre hacía lo mismo que ellos. La fuerza física que uno hace es grande, y siempre trabajábamos a la par. De todas maneras, creo que las mujeres tenemos la fuerza que se necesita para este trabajo. En cuanto al trato, no podría decir otra cosa, siempre ha habido respeto, yo no he tenido mala experiencia. Uno siempre se da a respetar también, porque uno conoce su lugar.

¿Cómo ha logrado ese empoderamiento?


Antes algunos se sorprendían de que en la pesca extractiva andaba una mujer. Pero yo tiraba el arte de pesca, y agarrábamos sierra. Entonces, mi papá siempre me decía, pero si tú pescas mejor que un hombre. Tú siempre eres buena con la pesca. Yo le decía, que eso lo saqué de él, porque al menos a donde va él, le va bien, y siempre uno va confiando en Dios.

¿Qué amenazas observa para el bienestar ambiental en relación a las actividades que realiza?


En la orilla, tenemos un problema con la luga, porque se producen embancamientos en la orilla de playa. Y eso produce mal olor, no se puede extraer porque con el tiempo se va enterrando, al final sufre una descomposición. Eso, en realidad tiene un ciclo y no hay mucho que hacer. Como nosotros también practicamos el turismo durante los fines de semana, somos afectados.

Con la presencia de las industrias estamos siempre vigilantes, porque una vez hubo un derramamiento de petróleo. La gente no quería venir a los negocios. Ni a la bahía, porque estaba contaminada, no podríamos traer nada de la orilla. Los mismos caracoles, las lapas que están a la orilla o el luche, no se podían consumir.


Nosotros mismos como vecinos y pescadores hicimos el trabajo de limpieza, fue remunerado.

Estamos al cuidado siempre, al resguardo de que eso no vuelva a pasar. Y nosotros, como sindicato, igual acá tenemos siempre esa preocupación de que cuando andan las embarcaciones trabajando. Pero hasta el momento no hemos tenido mayor desgracia como esa.


Una de las anécdotas que quiso compartir Gladys, fue la del día en que durante su juventud salió a pesca junto a su padre y un sobrino porque estaban pasando por un tiempo escasez. Fueron frente a la playa El Soldado y otro pescador les dijo que la sierra estaba ‘como la nata’ en el mar, en abundancia. “Partimos allá y fue una cosa que ni siquiera se alcanzaba a sumergir el arte de pesca y sacábamos. Y en esa oportunidad alcanzamos a sacar veinticinco docenas de sierra, me llegó hasta a doler el brazo”, describió y comentó que eso le dio muestra de hasta dónde los protege la fe que tienen como familia.