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El adiós a Andrés Gallardo, el académico que unió la lingüística y la literatura

Compañero del compartir, buen tipo, distraído pero de una memoria increíble, así lo describe su círculo más cercano. Se fue soñador de La Nueva Provincia, el que recitaba El Quijote de memoria.

Por: Diario Concepción 09 de Julio 2016
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Compañero del compartir, buen tipo, distraído pero de una memoria increíble, así lo describe su círculo más cercano. Se fue soñador de La Nueva Provincia, el que recitaba El Quijote de memoria.
 

Daniel Tapia Valdés
Contacto@diarioconcepcion.cl

A los 75 años, este miércoles falleció el destacado lingüista, escritor y profesor emérito de la UdeC, Andrés Gallardo. Dicen que tenía tanto talento como escritor como el que demostraba en las aulas. Sin embargo, nunca se mostró muy interesado en difundir demasiado su faceta creativa, pese a que sus obras influyeron en muchos autores locales. 

En alguna oportunidad escribió un libro sobre los epitafios, donde con un sentido del humor magistral, hacía que el mundo de los vivos y el más allá se tocaran a través de la cultura popular. No sabemos si dejó escrita una frase para recordarlo, pero sí que su nombre permanecerá grabado en mármol en la memoria de sus compañeros y discípulos de la comunidad académica y literaria local. Muchos de ellos viajaron ayer para despedirlo en sus funerales, en Santiago.

En esa ciudad nació en 1941, se tituló de profesor de castellano en la Pontificia Universidad Católica de Chile y en 1966 obtuvo el doctorado en Lingüística en Buffalo, Estados Unidos.

Hizo clases en el extranjero y también fue profesor de Lingüística en la Universidad de Concepción (UdeC) desde 1979. Fue director de la Revista de Lingüística Teórica y Aplicada de la UdeC y director de Extensión de la Universidad de Concepción entre 1990 y 1998.

Presidió la Sociedad Chilena de Lingüística durante los años 1982 y 1985 y fue nombrado profesor emérito de la UdeC.

Su legado cultural, siempre de bajo perfil, encantó a toda la comunidad letrada de la zona. Reconocido entre sus pares como humanamente accesible, cristalino, auténtico y como " compañero del compartir", Gallardo siempre luchó por unir dos mundos que nunca han congeniado bien: la literatura y la lingüística.

"Él, a través de las publicaciones científicas, logró encontrar relación entre estas dos áreas", dijo Jaime Soto, director de Extensión de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad de Concepción.

Sentido de proyección

Andrés Gallardo se congraciaba con escribir, nunca alardeó mucho de quién era a pesar de ser miembro número de la Academia Chilena de la Lengua. Así lo relata Soto, quien fuera su alumno en los años 80.

"Cuando era mi profesor, me invitó a un encuentro de la Sociedad Chilena de Lingüística, y yo me pregunté por qué me estaba invitando a mí si eso era algo tan grande", contó Soto, quien reconoce que detrás de esa invitación estaría la determinación de dedicarse, también, a la lingüística como opción de vida. "Él veía en uno lo que ni uno mismo veía de sí mismo".

A Gallardo siempre le interesó ver hasta dónde podía llegar la lengua, al menos así lo relata Ramón Victoriano, académico de la UdeC, quien recuerda algunas conversaciones relativas a su literatura, la que incluye fundamentalmente lenguaje popular. 

También recuerda más de algún debate en relación a algunos chilenismos. Reflexionar acerca del "huanco" mapuche y la "cogotera yugo" del campo para ver si entre ambos términos existía o no algún tipo de relación. "Creo que finalmente logró incorporar ambos términos en la Academia Chilena de la Lengua", puntualizó Victoriano.

Además, recuerda con agrado y sorpresa imborrable cuando lo vio retar a alguien "a puros chilenismos". Pero que después de un rato se disculpaba con él y le decía "eso también es lengua".

El hombre tras de la pluma

Sus colegas lo recuerdan como un ávido cocinero, amante de la sopa de cebolla, que en cada encuentro recitaba de memoria versos de Rubén Dario, Garcilazo de la Vega o pasajes de El Quijote de la Mancha, el que "de seguro leía como un cristiano lee la Biblia", aseveró Soto, quien además recordó la legendaria memoria del autor.

Tulio Mendoza, amigo, alumno y colega de Gallardo, alcanzó a entregarle su último libro dos días antes de que falleciera. Reconoce que fue dedicatoria difícil por estar consciente de que podría ser la última.

"Con él se va uno de los últimos profesores memorables de nuestra Facultad", manifestó el escritor.

Siempre disperso al conversar, Tulio le recuerda siempre distraído en los diálogos cotidianos. Si alguien le hablaba, él siempre estaba anotando algo en un papel o mirando por la ventana. "Como que estaba poniéndole atención a varias cosas a mismo tiempo, era una persona muy inquieta", agregó.

 

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