Carta al director

Retratos de Aurora: Huracán, el club del globito

Por: Diario Concepción 10 de Junio 2017

Unos podrán decir que el Club Huracán nace en 1908 en Parque Patricios, Ciudad de Buenos Aires, otros dirán que no es así. EL Huracán nace en Concepción en 1938, en la Aurora de Chile y también tendrán razón. La cosa es que hinchas del “Globito” y clubes Huracán hay varios a lo largo del mundo y tienen muchas cosas en común: sus colores, su pasión y su historia.

Es inconfundible el emblema del Huracán. Un globo aerostático con una H en medio de color rojo sobre fondo blanco. Los hinchas son incansables, lo siguen donde juegue y lo alientan independiente de la posición que lleven en la tabla. Y su historia social como formador de equipos y de generaciones de jugadores es incontable. Da lo mismo si uno habla del “Globito” de Parque Patricio o del “Huracán, Rey de Copas” de Concepción. Ambos cumplen una labor social, cultural y deportiva.

Pero hablemos del nuestro, del que se encuentra a pocas cuadras de la Plaza de Armas de Concepción, de este Huracán que se pelea las canas con la Aurora. Y digo del nuestro, porque de una u otra manera quienes alguna vez lo fundaron, los que son socios o hinchas, o los que tenemos alguna afinidad por cercanía o recuerdo, nos sentimos comprometidos con su historia, patrimonio y actualidad.

Y dentro de los “Retratos de Aurora” el Huracán no podía quedar ausente, es parte de la herencia de esta población.

Y la historia de hoy comienza con Julia y su lechero de aluminio. Lo sé, querido lector que Ud. me preguntará: ¿Qué tiene que ver el Club Huracán, Julia y un lechero de aluminio? Yo le digo que mucho, la relación es grandísima. Y además Ud. sabe que en este proyecto que estamos haciendo en la Población Aurora de Chile con la construcción de cámaras fotográficas con elementos domésticos, todo nos sirve y todo tiene sentido, aunque parezca agarrado de los pelos.

Un día apareció al taller de cámaras estenopeicas Julia y su humanidad. Tímida al principio, observaba que decíamos y aunque no lo expresaba, mas de una vez dudo de la integridad psicológica de quien subscribe esta nota. Pero algo de lo conversado le hizo sentido y al próximo encuentro apareció ella, su humanidad y un lechero de aluminio. Si lector, esos clásicos lecheros de aluminio que había en las casas con la tapa llena de hoyitos, para que la leche no se rebalsara cuando hervía. ¿Cuántas cosas raras? Eso de hervir la leche. Si la leche viene en caja y pasteurizada, si uno la quiere calentar la pone en el microondas. Pero créame que no toda la vida la relación con la leche fue así. Había una época que uno debía hacerle guardia a la leche cuando la ponía al fuego, porque era típico que uno pestañeaba y hasta ahí llego el amor. Todo, el lechero y la cocina eran una sola cosa. Perece que esperara al descuido para rebalsarse y querer ser libre. Y como todo con la tecnología y los avances del mercado, el lechero que era prioritario en la cocina de nuestras mamás y nuestras abuelas, paso a segundo plano, y luego al olvido.

Y esto pasa con muchas cosas, y con mucha gente. Se sienten importante, parte del mundo y con el correr de los años lo etiquetan de “viejo” y pasa a ser ciudadano de segunda categoría, y el olvido se hace un amigo diario. Así con el lechero de Julia, su destino parecía el de todos: quedar botado en algún rincón esperando el momento de ser desechado como un cachureo más, o convertirse indefectiblemente en macetero, que es a mi entender uno de los destinos menos indecorosos de todos. Por lo menos seguiría cumpliendo una función, al de contener.

Pero algo le decía que no y Julia pudo captarlo, así que lo trajo al taller y empezamos a ver de qué manera ese pedazo de aluminio inerte, con algo de historia pegada en sus paredes –Julia me contaba de su madre, de su vida con la Aurora- tomaba nueva vida y se convertía en una cámara fotográfica. ¿Loco no? Pero lo conseguimos y de apoco tanto el lechero como Julia se animaron a ver el mundo nuevamente. Abría un ojo, se lo guiñaba al sol, observaba la población que tantos años lo cobijo y de alguna manera quiso recuperar la memoria. Y la memoria de la gente, de los barrios, de las poblaciones se recupera con los recuerdos. Y los recuerdos son mas firmes cuando los guardamos en fotografías, en papel, de esas que se tocan, que se pasan de mano en mano y se guardan en una caja de zapatos o en la cómoda de la pieza.

Y nuevamente ¿Qué tiene que ver el Club Huracán, Julia y el lechero en esta nota? Todo y mucho. La foto que ilustra esta nota es de Pasaje Huracán con Errázuriz. Desde la esquina de la cancha, pegadito al cerco perimetral de alambre puesto hace poco. De ahí, mirando tímidamente se tomo esta foto, del Club Huracán, de su historia, de su memoria. Se tomo con un lechero de aluminio que era de la madre de Julia, y que Julia lleva entre sus manos como un tesoro. Un tesoro que guarda una nueva imagen, un nuevo retrato de su Aurora querida. Un recuerdo nuevo que hace raíces, con el pasado idílico, con el presente duro de llevar y con un futuro incierto.

Lo invito cuando quiera a darse una vuelta por el Huracán de Concepción, a ver sus copa centenarias, a vivir un partido desde la grada hecha con rieles de la línea del tren. Es parte de la historia y la identidad de una Concepción que sin querer le da la espalda a un pedazo tan propio como su Plaza de Armas. ¡Hasta el próximo click!

Walter Blas
Foto: Julia Pérez

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